divendres, 1 de juliol del 2022









 


Siempre ha habido censores. O no siempre: me huelo que los censores
 brotaron cuando las sociedades humanas empezaron a (des)organizarse
 jerárquicamente, fue entonces, por cierto, cuando también se fabricaron
 los primeros ascensores (y descensores) sociales. Y en esas estamos
 todavía, y el humor gráfico, como cualquier otro arte, navega en esa fina
 ola que separa lo socialmente admitido y lo que ni está tan regulado ni
 tan aceptado. Cierto es que la mayoría del humor gráfico que se hace hoy
 día, como la mayoría de la creación artística, no se la juega en esos
 surfeos, porque son arriesgados, lo habitual es acomodarse en fórmulas
 conocidas y en zonas de confort una y mil veces recorridas. Y no
 desplegaré ahora argumentos bien reflexionados y bien contundentes 
en contra de esa opción, cada quien decide por donde lleva su vida y su
 arte, pero con la viñeta de hoy lo que defiendo y lo que reivindico es 
el arte comprometido con la sociedad donde vive, donde dibuja, donde
 escribe o donde respira. Tampoco haré apología ahora del arte social, 
o arte denuncia, o arte despierto o como queráis llamarlo. No, no lo haré.
 Porque ya me cansé. No es que me haya cansado de hacer ese arte, de lo
 que me he cansado es de intentar convencer a nadie de hacerlo, tengo
 ojos para ver que la mayoría está por otra labor, una labor equivocada 
y cobarde y conformista desde mi punto de vista, pero muy en
 consonancia con la corriente de pensamiento actual, tan (por decirlo
 muy suavemente) fofo y aburrido. Me encontraréis donde siempre he
 estado, en esa fina ola que separa la ficción de la realidad, haciendo
 humor blanco de lo más ingenuo y surreal y haciendo también humor
 profundo de lo más irónico e hiperreal, un viaje quizá incoherente y
 desde luego muy poco comercial, pero es mi manera de buscar el
 equilibrio en una sociedad que me decepciona más allá de mis límites. 
Y diría más, pero ya lo dijo Ana María Matute mejor que nadie, así que
 con sus palabras os dejo: “El mundo hay que fabricárselo uno mismo,
 hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay 
que inventar la vida, porque acaba siendo verdad”.