dijous, 19 de març del 2020











Déjame encontrar, en algún lugar de un gran planeta, un rastro de bondad 
que no se quede en casa cuando al vecino se le queman las ganas de vivir. 
Y déjame encontrar, también, la sonrisa de la niña que no sabe qué es Grecia ni 
qué es Turquía ni por qué ella está perdida en los espinos de una línea imaginaria, 
déjame encontrar más personas como la enfermera que la encuentra, más personas 
que tienden la mano, y dibujan nubes que navegan y nos sacan del infierno cerrado 
del ombliego (sí, ombliego: a veces las palabras salen a pasear para darle alegría 
al corazón) (salen solo por eso, solo por no rompérselo en el resquebrajo de 
un congelador) (a veces, incluso, los censores no las ven, y las palabras 
pueden caminar en calentita libertad durante un rato)

Déjame encontrar, en algún lugar de un gran planeta, estrellas que brillan 
sin ser famosas y sin cobrar millones de dólores (mira, otra palabra necesitada 
de calorcito desobediente), estrellas que alumbran al desolado y a la desahuciada, 
y al poeta frágil de versos mágicos, y a la pintora de telas voladoras que derrumban 
nuestras telarañas. Déjame pensar que podemos soñar algo que sea de verdad, 
o mejor aún: una ristra de bondades que no se queden en casa cuando a la 
vecina se le desangran las ganas de seguir latiendo. 

Déjame encontrar una puerta, una ventana, que nos deje respirar. 
O una goma de borrar que borre la cárcel nuestra de cada día. 
Y de cada noche. 















(el dibujo es "remake" de uno que ya publiqué aquí en febrero de hace 3 años)