—¿Tú que piensas del
rebaño, Cactus?
—Que está muy sucio,
Ximo.
—¿Cómo que está muy
sucio?
—¡Claro! ¡Si
necesitan darse dos baños, es que están muy sucios!
—Venga, Cactus, que
hablo en serio.
—Yo tampoco, Ximo.
—¿Pero tú no crees
que al rebaño le da igual dónde lo llevan? Si le dicen blanco,
van al blanco,
si le dicen negro, van al negro, si le dicen que
—Si tú me dices ven…
—Jo… ¿ahora te
apetece cantar? A ver, ¿cómo era la
canción, Cactus? Si tú me dices ven…
—Yo me voy, Ximo.
—¿Adónde?
—Al abserdo.
—El absurdo, querrás
decir. ¿Y que hay allá, en el absurdo?
—El absardo está
lleno de gente que no oye.
—¿No oye, la gente
del absurdo?
—¡No, Ximo! ¡El
absordo es así! ¡Sordo! ¡No oye bien! ¡Es que hay que
explicártelo todo! ¿Tú no
fuiste a la escuela, el día que explicaban estas cosas?
—Ay ay ay… Cuánta
paciencia hay que tener… Por cierto, Cactus, ¿tú no te ibas?
—Sí, Ximo.
—Pues vete.
—Olvida mi nombre,
mi cara, mi casa, ¡y pega la vuelta!
—Jamás te pude
comprender.
—Vete, olvida mis
ojos, mis púas, mis pinchos, que no te desean.
—Estás mintiendo, ya
lo sé.
—Pues sí, estoy
mintiendo, Ximo.
—Venga, dile a la
gente adiós.
—Yo no quiero decir
a dios, soy ateo.
—Pues di lo que
quieras, Cactus.
—Hasta luego,
besitos para todas y todos los absirdos del pluriverso.
—Y pídele perdón a
Pimpinela por haber usado así su canción.
—Pendón,
Pimpimienta.
—Ay ay ay… Pues esto
es todo por hoy.
—¡Sí! ¡Otro día… más
tonterías!