—Cactus, ¿te has
fijado que butrón rima con borbón?
—Sí, Ximo, pero no
hablemos de eso, porfa, que estoy hasta las púas…
Hoy necesito dejar fluir en mí pensamientos positivos y calmosos.
Hoy necesito dejar fluir en mí pensamientos positivos y calmosos.
—Pues relaja tu
mente, Cactus.
—Sí, voy a ello: Me
cago en la puta banca, en el puto rey y en el santo telediario
que los mece a
todos en su puta cuna. Sí… ya me noto un poquito mejor…
—¡Cactus! ¿Qué has
dicho? ¿No ves que te pueden condenar a confinamiento
perpetuo? ¡O peor, a
llevar mascarilla en la ducha, en la cama y en el bidé!
—Tranquilo, Ximo, a
mí no pueden condenarme a nada.
—¿No?
—Pueden condenarte a
ti, que eres el autor de mí.
—¡Pero si tú tienes
vida propia, Cactus!
—Eso vas y se lo
dices a tu psicóloga, a ver qué opina.
—Mi psicóloga es una
florecita.
—No estás bien,
Ximo… Pero mira, te ayudaré.
—¿Cómo?
—Si te acusan de injurias
o de algo, yo en cactus iré y le diré a su señoño que
—¿A su señoño?
—Sí, a su señoñoría,
iré y le diré: Quiero que conste en cacta que no me referí
a ningún puto rey en
concreto, ni a ninguna puta banca en croqueta, pues en
mi ánimo no está
faltarle al resputo a ninguna de las excelsas y magnificísimas
instituciones
que conforman nuestro ilustrísimo desordenamiento juridículo.
—Ah, pues sí que me
ayudarás tú mucho, Cactus.
—Claro, Ximo, yo
estoy aquí para lo que haga falta.
—Gracias.
—De nata.
—¿De nata?
—¿Prefieres de
vainilla, Ximo? ¿Leche merengada? ¿Stracciatella quizá?
—Ay ay ay… Venga,
despidámonos de nuestro querido y paciente público,
que bastante tienen con los
rigores de la vida cotidiana como
para que les saturemos aquí con nuestras
tonterías.
—Vale. ¡Hasta
luejos, querido, delicado, sensible y vello púbico!
—Bello público,
Cactus, se dice bello público.
—Eso he dicho: Bello
vello púbico.
—Ay ay ay…
—Oy oy oy…