—¿Qué es para ti lo
más bonito del mundo, Cactus?
—Irse, esa es la
verdad.
—¿Irse?
—Sí, Ximo, es hora
de irse ya.
—¿Adónde?
—Al de cierto ya.
—¿Al desierto?
—Cierto, Ximo. Al de
cierto nos vamos, que tú necesitas unas vacas y unas ciones ya.
—Ay… Pues va a ser
que sí…
—Sí, que ya estás tú
muy agrietado ya.
—Agotado, querrá
usted decir, don Cactus.
—También, señor
Ximo. Venga despídase usted del vello púbico ya.
—Del bello público,
Cactus, se dice bello público, ¿cuántas veces tendré que recordártelo?
—Dos mil seiscientas
cincuenta y ocho veces coma cinco.
—¿Exactamente?
—O más o menos.
—En fin… ¿De qué
estábamos hablando?
—De las vacas y las
ciones, amigo Ximo. Despídete ya mismo ya.
—Eso, sí. Querido y
bello público: dejo de publicar unas semanitas.
Y la idea es volver… a ver qué
día…
—Cuando vuelvas
volverás, Ximo. Ahora despídete ya.
—Vale, me despido.
Desaparezco, solo me veréis el pelo cada 5 o 6 días en Patreon, y…
—¿Qué pelo te
veremos allí, Ximo?
—Es una manera de
hablar, Cactus.
—¿Por qué?
—¿Ya empezamos con
el absurdo?
—¿Tú sabías, Ximo,
que el absurdo empieza y termina en el mismo sitio?
—¿Dónde?
—Ni idea, pero
despídete ya, Ximo.
—Qué pesadito eres
cuando quieres, Cactus.
—Sí, qué pinchadito
soy cuando quiero, y, claro…
—¡Pues hasta luego,
gente! ¡Nos vemos más adelante!
—Yo también quiero
despelotarme ya.
—Despedirte, querrás
decir.
—Sí sí, hasta luego,
ricuras, ¡y sed bonitos y bonitas cuando no haya policía vigilando!
¡Haced
cosas hermosonas y desvergonzadonas y antiautoritarionas!
¡Y lameos bien los
sueños! ¡Y los sobacos!
—¡Cactus! ¡Va, que
nos vamos!
—¡Hasta prontooo! ¡Y
haced cosas hermosonas también cuando haya policíaaa!
¡Que no os reprima ni
dios, ni amo, ni banderaaaaa! ¡A ser felices yaaaaaaaaa!
—Ay ay ay…
—Ya ya ya…