dijous, 5 de juliol del 2018










Puede pasar que leyendo un libro nos encontremos con una palabra que 
no entendemos, pero no hay diccionario a mano o el móvil anda recargándose 
en algún enchufe lejano. Podríamos levantarnos, pero no hay ganas, estamos 
tan metidas en el libro, tan agustito en nuestra lectura de confort, que no 
queremos salir de ahí, y además saber qué significa esa palabra 
no va a influir en la comprensión general de la lectura... 

Y es verdad que la mayoría de las veces es así, que 
terminaremos el libro sin siquiera recordar qué palabra era 
aquella, o quizá tengamos suerte y unas páginas antes del final 
nos reencontremos de nuevo con ella, pero esta vez en un contexto 
que nos permita deducir su porqué, su cómo, su para qué. 

Hay personas, hay lugares, hay planetas, que aparecen en 
nuestro cosmos y se comportan exactamente igual que esas 
extrañas palabras; durante unos segundos o minutos o años se 
plantan delante de nosotras y no sabemos decir qué hacen ahí. 
Y podríamos buscar en ese diccionario nuestro que anda por 
ahí dentro perdido, y encontrar una definición, o dos, o tres, 
que nos aclare las dudas, o podríamos buscar un rato para 
dialogar a fondo con esa incógnita... pero la mayoría de 
las veces sucede que no hay ganas de hacer ese esfuerzo, 
o tememos entrar en un desvío estéril... o peor, caer en 
algún barranco sin fondo. Y optamos por continuar adelante, 
a ver qué nos dice el próximo recodo de nuestro camino 
de confort. Además, por qué no, quizá haya una 
oportunidad mejor para aventurarnos
en ese rincón inexplorado. 

Puede pasar que, leyendo el libro de 
nuestras aventuras y desventuras, desechemos 
palabras que, a priori, no parecen sustanciales para 
entender nuestro argumento. Puede pasar que así 
empobrezcamos nuestro vocabulario, o al contrario, que 
seamos más felices porque hemos conseguido quedarnos 
solo con esas pocas palabras que de verdad nos importan. 

Decidir qué palabras son esas, o cuántas palabras 
necesitamos para explicarnos el mundo en el 
que vivimos, es decidir nuestra propia 
mirada, nuestro propio 
destino. 






Ximo Segarra 










Hoy abro un paréntesis. 


(Me gusta pensar que algún día volveré para cerrarlo 












dilluns, 2 de juliol del 2018

diumenge, 1 de juliol del 2018




Salir por babas - 72 










Caos los hay de muchos tipos, de muchos colores y también los hay de muchos blancos y 
de muchos negros. Y es fácil defenestrar el caos ajeno desde la torre de marfil de nuestro 
propio caos, porque cada cual vive en su propio entramado de creencias, de reacciones, de 
emociones, y podemos llegar a creer que nuestra manera de ver el mundo, y nuestra manera 
de estar en el universo es la más lógica, la más cabal, la más organizada. Hay caos, eso sí, 
tóxicos, insalubres, yonquis, caos que parecen haber dejado entrar en su seno lo peor de la 
sociedad en la que viven, caos que parecen haberse creído el cuento de que lo más auténtico 
que pueden hacer es convertirse en vertederos, en mártires; sí, hay caos que no atienden 
a nuestras buenas palabras, a nuestra comprensión, y nos producen repulsa, pero... 
siempre he visto en esos caos reflejos (a veces muy nítidos) de lo convencional, de lo 
aceptado como normal. Lo confieso, siempre me he sentido atraído por esos caos, 
los de la locura, los de la adicción desmesurada, los caos que se niegan una 
otra vez a dejarse conducir hacia la aparente bondad del redil. Me he sentido 
atraído y sé lo que es estar ahí, y no durante un ratito o una noche o dos. Sé lo que es 
exiliarme durante años de la sociedad en la que vivo porque, sencillamente, la sociedad 
en la que vivo me daba asco. O peor, yo sentía asco de mí mismo. Llegó un día que decidí 
regresar, no al redil, no a las mentiras, no a aceptar sin rechistar, no a transformarme 
en lo que nunca querré ser; decidí regresar a mí, a lo que, en realidad, casi nunca 
había sido y que siempre había querido ser. De ahí este torrente de dibujos, de viñetas, 
que muchas habéis ido viendo estos años. Porque este es mi caos, el dibujo, el escribir, 
y sí, quizá el caos más tonto, el más inútil, el más estúpido de todos los caos sea el humor, 
la risa, o los innumerables matices que caben en una sonrisa. Desde aquí, desde quizá 
mi torre de marfil, puedo comprender los caos de la gente a la que amo, aunque no 
los comparta, porque su libertad es para mí sagrada. Mientras tanto sigo con lo mío, 
más solo o más acompañado, porque yo nunca más me voy a abandonar, nunca más 
voy a querer huir de mí, nunca más voy a traicionarme, ni torturarme, ni creer 
en el cruel y vacío sacrificio humano de cada día, por más que lo bendigan 
en los altos altares del cielo (o en los bajos bajares del infierno). Es 
mi caos, o es mi corazón, que quiere seguir sintiendo, caminando 
aprendiendo y que no, no va a claudicar... ;-)