—Y si nos prohíben
la sonrisa contagiosa… ¿qué hacemos, Cactus?
—Insolmisión, Ximo.
Insolmisión.
—¿Insolmisión?
—Insumisión bella
como el sol.
—¡Ay, Cactus…! ¿Te
acuerdas cuando charlábamos y salías en muchas viñetas?
Ahora ya hay gente que
ni te conoce, mira si hace años…
—Es que yo soy muy
tímidios, y, claro…
—¿Eres muy tímidios,
Cactus? ¿qué es eso?
—Pues que yo soy un
dios así como avergonzado de sí mismo, y, claro…
—Tú lo que pasa es
que te lo tienes muy creído.
—Yo lo que pasa es
que me lo tengo muy reído, y, claro…
—En fin, ¿tú quieres
volver a salir en las viñetas y charlar conmigo
más veces, así en público?
—Sí, Ximito, a mí en
púbico me gusta charlar, sí.
—En público, Cactus,
he dicho en público.
—¿Pero es que el
público no es púbico, también?
—A ver, Cactus,
centrémonos.
—Yo es que soy de
izquierdas.
—Uff… A ver,
respóndeme, ¿quieres volver a salir por aquí?
—Yo si por mí fuera,
sí aceptaría su amable propuesta, don Ximo, pero…
—¿Pero?
—Es que la gente ya
no me quiere, y, claro…
—¿Cómo que no te
quiere la gente? Mira, le preguntaremos a la gente en redes
sociales si te quieren ver más a
menudo, ¿vale?
—…
—Vaya, ya se ha ido,
y sin despedirse de nuestro bello público.
—¿Dónde está, el
vello púbico?
—¡Cactus! ¿No te
habías ido?
—¡Sí!
—Entonces, ¿te
parece bien que le preguntemos a la gente, Cactus?
—Me he ido. No
estoy.
—Ay ay aaaaaay… Pues
ahí queda eso, el bello público decide. Si no quiere volver
a saber nada del
señor de las púas, no lo volveré a molestar
y se quedará en su apacible desierto.