Es mucha la gente
que dice que no tiene suerte, quien más quien menos
se ha quejado alguna vez de
eso. Yo, sin ir más lejos, me he hartado de oírme
decirlo tantas veces que al
final he decidido sentarme conmigo mismo y hablar
en serio del tema. Y ha sido
divertido, porque sentarse con uno mismo requiere
ser también silla, e incluso
mesa (sí, mesa: si no sabes qué hacer con tus codos
y necesitas un lugar donde
ponerlos, la mesa ayuda), y ser mesa, ser codos, ser
silla, ser culo y ser uno
mismo es tarea compleja. Y podría desvelar ahora las
conclusiones a las que he
llegado en esa autoconfesión, pero creo que será
más ameno e interesante para
los millones de personas que me
leen hablar de algo muy relacionado con la
suerte.
Sí, querida gente: hoy hablaré de los juegos de
azahar. Sí sí sí: los juegos
de azahar son unas cosas que hacen los naranjos en
primavera cuando nadie los ve.
Me pasó un día, hace años, que ya me iba de un
huerto después de trabajar allí toda
la tarde y noté algo así como un gran
movimiento detrás de mí. Me giré y todo
estaba como siempre: los naranjos con
sus hojas verdes y sus aromáticas flores
blancas, los hierbajos rebeldes que
nunca han de faltar en un huerto, algunas
abejas zumbando laboriosas… En fin,
todo normal, me volví y ya iba a meterme
en la furgoneta cuando un rumor así
como de fiesta infantil cumpleañera + discoteca
en imparable subidón +
concierto de AC/DC surgió otra vez a mis espaldas. Me
giré muy rápido. Nada: todo
bien, nada sospechoso. Solo un detalle hubo: una
abeja se me quedó mirando a un
palmo de la nariz con un satisfyer en sus patitas.
Nos miramos fijamente, ella
era pura inocencia en la salvaje mirada, yo trataba
de descubrir algún indicio
de culpabilidad en el fondo de sus ojazos, pero la
abeja mantuvo la cara de
póker, mientras los pajaritos piaban con disimulo
revoloteando por
aquí y por allá, y los naranjos miraban hacia otro lado
mientras sostenían con aparente indolencia miles y miles de flores de azahar,
mientras sostenían con aparente indolencia miles y miles de flores de azahar,
y algunas hormigas
recorrían la tierra aparentando tener mucho trabajo, y una
ligera brisa
acariciaba así como quien no quiere la cosa a unas nubes que no sabían
si
llover ya o esperarse un poco más. Y yo bajé la mirada y me giré, me subí a
la
furgoneta y sin mirar atrás dejé que el huerto hiciera lo que quisiera. Quién
era yo para interrumpir aquella maravilla de primavera en libertad, solo me
atreví,
de reojo y durante una décima de segundo, a mirar por el retrovisor.
Allí los Juegos
de Azahar se inauguraban ya por todo lo alto y yo pude sonreír.
Sonreí desde
los labios a los pies, y desde los pies hasta el último pelo de mi
cabeza. Y eso,
poder sonreír así, era tener muchísima suerte. Y aquella noche
fui feliz.
(la viñeta es versión nueva de una que hice en 2015)