―Hola, Cactus.
―Adiós, mi fiel escudero Ximo. Yo me voy ya.
―¿Adónde va vuestra merced?
―A buscar al memo ese. Y cuando lo halle… ¡Ay, cuando lo halle!
¡Ni las puertas del infierno capaces serán de detenerme, tal
es mi
osadía, mi empeño y mi chotis!
―Uy, me temo lo peor. Pero dígame, buen caballero andante:
si lo encuentra usted, no le hará daño, ¿verdad?
―¡Ximo! ¿Por quién me has tomateado? ¡Yo soy un cactus, no
un camellero odiante! ¡Y los cactus somos seres muy puacíficos!
―Si es así, me quedo más tranquilo. Vaya, vaya pues a hacer lo
que sea menester, don Cactus de la santa Púa.
―Voy, voy yo me a mí mismo me voy, sí.
―Muy bien, ¿pero no se despide vuestra merced de nuestro querido
y bello público? Mire que no son algoritmos lo que hay ahí delante,
son
personas, con su corazoncito y sus cositas.
―¡Oh, sí! ¡Olvidábame yo de despedirme como es debídome!
¡Enmendaré
mi horror ya mismo! ¡Hasta pronto, querido vello púbico!
¡A cuidarse, a gozarse
y a correrse grandes aventuras por Castilla y
por La Mancha y por Nueva Gales
del Sur! ¡Porque anchoa es
Castilla pero la mejor paella es la valenciana del
norte,
o sea, la de la Plana de Castelló!
―Mucho se está liando vuestra merced con la despedida,
parecióme a mí.
―¡Parecióme a mi también, mi fiel Ximo! ¡Así pues, voy yo me
a mí mismo cabalgando por los desiertos inconmensurables del
destino y del
desatino! ¡Y que no vea yo ni un burka en mi camino,
tapando vuestras
vergüenzas y vuestras desvergüenzas! ¡Porque si
acaso yo lo veo, desfaceré el
entuerto y jugaremos al veo veo!
―Hasta luego, Don Cactus de la Chanza, buen viaje :-)
―¡Hasta luegooooo!