diumenge, 8 de novembre del 2020





 




Yo ya lo siento, pero aquí cada cual nos sacamos los terrores 
como podemos, y yo la otra noche desperté en medio de una pesadilla 
muy asustado y muy empapado en sudor y muy legañoso. Con los 
ojos como platos (de porcelana fina) (cuando abro los ojos como 
platos soy muy fino y elegante) conseguí recordar un trozo de la 
pesadilla: Biden y Trump comparecían en rueda de prensa, separados 
por una trinchera abarrotada de cadáveres (yo era uno de ellos), y se 
les veía a ambos dos bien vestidos y aparentemente ajenos al horror 
de la trinchera (aunque con sus zapatos de zapatería de lujo nos 
pisoteaban las narices a los cadáveres que estábamos allí 
congregados escuchándolos) (escuchábamos con las orejas como 
tazas) (tazas de porcelana fina, por supuesto). Bien, decía que 
estaban allí ambos dos y se ponían a hablar así como hablan allá, 
con ese inglés tan de allá, y todo parecía tranquilo y bien en sus 
discursos pero de repente sin avisar se quitaban las máscaras y uno 
era Chucky, el muñeco diabólico, y el otro era la duquesa de Alba 
resucitada. No diré quién era quien, porque ya no me acuerdo, pero 
sí me costó conciliar de nuevo el sueño (lo de la duquesa de Alba 
resucitada es una congoja complicada de olvidar) (todavía se me 
convulsiona el alma, solo de pensarlo). En fin, cuando conseguí 
reconciliar el sueño soñé con dos personajes, Troglo y Dita, son 
prehistóricos y cavernícolas, y de ahí surgió la viñeta de hoy. 

Y podría decir más cosas, enroscarme con los sistemas altamente 
jerarquizados, esos que dan tanto poder a tantos personajes de ficción, 
o disertar sobre la calidad democrática de ciertas repúblicas bananeras, 
ciertas monarquías parlamentarias y ciertas dictaduras mejor o peor 
disfrazadas, pero ya voy a dejar de escribir. Tengo cosas que hacer. 
He quedado con la novia cadáver dentro de un rato, hablaremos de 
la revolución y cantaremos canciones libertarias que nos 
inventaremos según las vayamos cantando, luego quizá 
buscaremos a alguna autoridad y le daremos un susto, 
de muerte o de vida. Y seremos felices y comeremos 
lombrices, eso hacemos la gente que, aun estando 
muerta (metafóricamente hablando) (o no) 
imaginamos que el mundo está vivo, todavía.