Yo ya lo siento, pero aquí cada cual nos sacamos los terrores
como podemos, y yo la otra noche desperté en medio de una pesadilla
muy asustado y muy empapado en sudor y muy legañoso. Con los
ojos como platos (de porcelana fina) (cuando abro los ojos como
platos soy muy fino y elegante) conseguí recordar un trozo de la
pesadilla: Biden y Trump comparecían en rueda de prensa, separados
por una trinchera abarrotada de cadáveres (yo era uno de ellos), y se
les veía a ambos dos bien vestidos y aparentemente ajenos al horror
de la trinchera (aunque con sus zapatos de zapatería de lujo nos
pisoteaban las narices a los cadáveres que estábamos allí
congregados escuchándolos) (escuchábamos con las orejas como
tazas) (tazas de porcelana fina, por supuesto). Bien, decía que
estaban allí ambos dos y se ponían a hablar así como hablan allá,
con ese inglés tan de allá, y todo parecía tranquilo y bien en sus
discursos pero de repente sin avisar se quitaban las máscaras y uno
era Chucky, el muñeco diabólico, y el otro era la duquesa de Alba
resucitada. No diré quién era quien, porque ya no me acuerdo, pero
sí me costó conciliar de nuevo el sueño (lo de la duquesa de Alba
resucitada es una congoja complicada de olvidar) (todavía se me
convulsiona el alma, solo de pensarlo). En fin, cuando conseguí
reconciliar el sueño soñé con dos personajes, Troglo y Dita, son
prehistóricos y cavernícolas, y de ahí surgió la viñeta de hoy.
Y podría decir más cosas, enroscarme con los sistemas altamente
jerarquizados, esos que dan tanto poder a tantos personajes de ficción,
o disertar sobre la calidad democrática de ciertas repúblicas bananeras,
ciertas monarquías parlamentarias y ciertas dictaduras mejor o peor
disfrazadas, pero ya voy a dejar de escribir. Tengo cosas que hacer.
He quedado con la novia cadáver dentro de un rato, hablaremos de
la revolución y cantaremos canciones libertarias que nos
inventaremos según las vayamos cantando, luego quizá
buscaremos a alguna autoridad y le daremos un susto,
de muerte o de vida. Y seremos felices y comeremos
lombrices, eso hacemos la gente que, aun estando
muerta (metafóricamente hablando) (o no)
imaginamos que el mundo está vivo, todavía.