divendres, 20 de novembre del 2020








 





Salió del asfalto y se metió entre los árboles, un lugar pequeño en medio de 
la ciudad que no acolchaba del todo el ruido, pero que por lo menos le daba 
un poco de paz. Una paz escasa, sí, algo así como una tregua, pero también 
podía ser un refugio donde recuperar esa calma tan esquiva o, quizá, era un 
punto de partida. Y sintió que necesitaba mear, de pronto la necesidad era 
urgente y meó, discretamente, protegido por un árbol que le dijo Soltérate. 
Así se lo dijo, sin avisar. Y él supo que en la ciudad había cientos de parejas 
felices, miles de parejas que ni fú ni fá, y luego estaban parejas como la suya: 
un penoso y triste redil, y sus raíces le pedían salir ya de allí. Entonces la vio, 
caminando por la avenida, era tan guapa, y su forma de caminar, y ese gesto 
al mirar hacia arriba, hacia aquella bandada de pájaros… Y sabía además, porque 
la conocía, de su inteligencia y de su sentido del humor y de su sensibilidad 
extraordinaria, y de cómo esa fina tela a veces la asfixiaba y le vaciaba el alma, 
y era témpano hiriente y, también, caprichoso y cruel. La había estudiado en casa, 
a ella, a su pareja, con ojos llenos de comprensión incansable, y la había querido 
hasta la gota más primitiva del sexo, eran sus besos tan llenos de noche… 
que todo el silencio cabía en ellos, y oírla suspirar era la paz y la guerra fundidas, 
la música y la tormenta lloviéndole en la piel. Ahora la ve caminar y piensa 
en la última vez que se desnudaron, pero el árbol insiste Soltérate. Y él pregunta 
¿Por qué? Y el árbol, ¿Acaso no lo sabes tú ya? Y baja crujiendo dos de sus 
robustas ramas y le coge con extrema suavidad y él, asustado, sabe que 
el impulso de esos brazos formidables terminarán con él en cielo 
abierto y por un momento será también ave que emigra y 
que ella ya no ve. Es decisión de él bajar a toda 
velocidad y espachurrarse contra el suelo, o 
confiar en los árboles que quieren 
abrazarle después de cada 
nuevo salto. Es decisión de ella 
responder o no a esa pregunta escrita 
en su móvil, ¿Acaso no lo sabes tú ya?
 



(Cuentos de cuando el sexo pudo razonar, 10)