¿Que no siempre podemos ser la mejor versión de nosotras? Es evidente,
y tampoco nos vamos a mortificar por ello (hay personas que se empeñan
en ser siempre la peor versión de sí mismas y tampoco lo consiguen, pero
van por la vida creyéndose las reinas del mambo). ¿Que a veces nos reprimimos
porque sabemos que vamos a dar la nota, que vamos a llamar la atención y que
es muy probable que nos tachen de estúpidas, o de listillas, o de cualquier contagioso
mal hábito mental o moral? Pues también es evidente, y puede pasar que eso
nos ocurra una y otra y otra vez, y al final nos acostumbremos a callar, a no hacer,
a aceptar como bueno algo que, en el fondo, ni nos convence ni nos hace sentir bien.
"Ya se sabe, quien no sigue el paso es porque oye otro tambor", dijo Ken
Kesey en su novela Alguien voló sobre el nido del cuco. Y si oyes otro tambor
que te hace más feliz que los tambores de guerra (o los tambores de moda)
(o los temores de la muchedumbre, que también son tambores) no lo
silencies, no te avergüences de él, porque quizá ese tambor
es tu propio tambor, tu corazón, tu anhelo de vivir.