dijous, 26 de novembre del 2020






 




Cuando tiene turno de tarde, ella suele caminar por caminos estrechos 
llenos de flora salvaje en las cunetas. Hay días que llega hasta el mar, 
hay días, como este, muy nublados y con aviso de lluvia, que se queda 
a medio camino. Se oye el ajetreo de la recogida de naranjas en 
algún huerto, las voces, el suspiro de una caja sobre la báscula, 
el sonido metálico de la portezuela del camión… 

El trajín se amortigua y en la próxima curva aparecerá ya la ciudad. 
Aparece también alguien caminando hacia ella. Cruzan la mirada y, 
antes de dejar de verse, cruzan también un Hola y un Buenos días. 
Ella recuerda entonces el instituto, es él aquel chico, aquellos idiotas 
se metían con él, Flacucho, le gritaban, también se metían con ella, 
Gordinflona; insultaban a todo dios, eran del instituto privado de 
al lado y solo coincidían en la plaza de los bares en los ratos 
de recreo. Él y ella también se veían solo ahí, pero nunca 
se saludaron, esta ha sido la primera vez. 

Se detiene y se gira, y ve que él también. ¿Tú eres…?, ella comienza 
a decir, y él la interrumpe con una sonrisa, Sí, soy el flacucho, y tú… 
Sí, soy la gordinflona. Solo serán cinco minutos de recuerdos comunes 
que terminarán con un silencio mirado a los ojos. Hay veces que es 
así, que nadie hace lo que debería hacer, él no dice hasta luego y ella 
no recuerda que tiene prisa, días nublados que se esconden entre 
naranjos vestidos de verde y aparecen sobre la piel de las caderas 
desnudas, y unos dedos le buscan los labios y encuentran la humedad 
oscura y se meten lentamente dentro de ella. Y ella no quiere hacer 
otra cosa que bajar del todo el chándal y abrir un poco más las 
piernas, para que él le diga, con el lenguaje de las manos, 
todo aquello que a ella le gusta tanto. 

Y será después cuando comenzará a llover y, volviendo sola a casa, 
pensará que hoy no ha visto el mar, pero desde luego no puede decirse 
que se haya quedado a medio camino. Y envuelta de lluvia alza la voz y 
exclama ¡Dios mío de mi vida! ¡Qué gorda se le ha puesto al flacucho!
 









(Cuentos de cuando el sexo pudo razonar, 11)