Ve y dile a mi sobrino (la semana pasada cumplió 5 años) que no se abrace
con sus compis esta mañana cuando vuelve a la escuela, después de estar
confinado más de 3 semanas.
Dile a sus compis que no se alegren tanto como
para buscarle así, como lo
hacen. Díselo, diles que no se abracen.
E intenta quitarnos lo que alimenta nuestras ganas de vivir; llena los
informativos de cifras, solo
unas, las de una sola pandemia, y margina,
como siempre, las cifras de muertas
por violencia de género, y por
contaminación, y por racismo, y por homofobia, y
borra de las portadas
a las muertas por pobreza, que no son pocas y también son
cifras
de personas, como tú y como yo. Sigue silenciando el sufrimiento
en las
pateras, en los CIEs, en los campos de refugiadas, y
recita de nuevo, como cada
día, las cifras de la bolsa
(esa inmunda fábrica de explotación).
Dile a mi sobrino que debe acostumbrarse a vivir en un estado así,
de alarma o policial, de miedo
o de encerrona, y no le cuentes todo
ese dinero que tus amiguis (esos que
mandan) (y nos mandan,
directamente, a la mierda) no invirtieron en sanidad, en
educación,
en investigación médica y científica, en recursos que hubieran
aliviado (mucho) y prevenido (muchísimo) la expansión
del virus más mediático
de la historia.
Dile a mi sobrino
que no piense, que no sienta, que sumerja su
conciencia en el sinsentido que
programáis cada día en vuestras cadenas
de televisión, en vuestras redes
asociales y en vuestros servicios (muy
viciados) de presunta inteligencia. Dile
a la gente lo que sueles decirle
así, de ese modo a veces sutil y a veces
brutal, dile que se contagie
un poquito más de la gran distancia antisocial,
que se distancie
todavía más de lo mejor de sí misma, que plante un muro ante
las personas que no conoce (y también ante las que conoce).
Dile, si quieres, lo que te conviene decir, aunque ya no te lo creas.
Yo a quien me quiera escuchar le digo, sencillamente, que me
alegran esos abrazos en la puerta de un
colegio. O en la puerta de
una cárcel. O en la puerta de una granja. O en un
portal cualquiera,
una noche cualquiera, en una ciudad sin nombre.