divendres, 2 d’octubre del 2020





 



Hay personajes que nunca cambian y, si pudieran viajar en el tiempo, 
continuarían invocando a sus demonios, aunque sus demonios ya no 
anduvieran cerca, ni dentro, ni en los alrededores de sus miedos. Así 
Quevedo tal vez se metería con Góngora aquí, allá, en Júpiter o en 
Mordor, y se reiría de él y, también (queriendo o sin querer), de sí mismo.

Vivimos en un tiempo y lugar donde cada cual se cree en posesión de lo 
mejor de la esencia moral (o inmoral) e intelectual (o de la tele actual) y 
así nos va, los diálogos suelen ser monólegos (sí, monólegos) (de los 
gorílegos hablaremos otro día) (u otro milenio) y lo de intercambiar 
impresiones, ideas y demás se estila poco poquísimo, y preguntarle a 
alguien Qué tal es preguntarle nada, porque ni respuesta se espera. 
Reyes y reinas de su propia comedia atraviesan el tiempo y el espacio 
pisoteando sus ansias de compartir armonías, dejando atrás aquello que 
un día embelesó sus ojos niños y le hacen, cada día, el mayor de los 
favores a un sistema injusto, inhumano y perdido. Pero el espejo ahí está, 
siempre en ese cuartito donde suele haber, también, la taza donde hemos 
de mediodesnudarnos (o desnudarnos del todo) (cada cual se enfrenta 
a los supremos abismos de la taza a su manera) y dejar caer nuestras 
verdades y nuestras mentiras, nuestras creaciones más 
geniales y, también, los bocetos más vulgares. 

Esta creación (o boceto) (o vulgar viñeta) que traigo hoy ha sido 
seleccionada para la exposición y catálogo del Premio internacional de 
humor gráfico “Francisco de Quevedo”, que este año celebra su primera 
edición. Y me pregunto qué pensará la gente que vea esa exposición, u 
hojee ese catálogo, ¿le hará pensar sobre el humor o la ética o el arte o 
el devenir de la humanidad? ¿Le hará gracia el chiste? ¿Se identificará 
con uno u otro personaje? (La taza suprema, no lo olvidemos, es también 
un personaje). No sé, pero me gustaría que alguna de esa gente girara la 
cabeza hacia la persona que tuviera más cerca y, pequeño o grande, 
le hiciera un gesto amable, un gesto de amor. Una pizquita de comprensión. 

¿Que soy un happy flower, por pensar (y decir) cosas así? Tal vez sí. O tal vez no.