dissabte, 25 d’abril del 2020













Qué es un chiste malo y qué es un chiste bueno es una discusión eterna y, 
todo hay que decirlo, muy absurda. Por ejemplo en la Iglesia del Séptimo Chiste 
predican que los chistes buenos son los que obedecen a sus papás y a sus mamás, 
y los malos son los que fuman porros y beben absenta con churros a la hora del 
desayuno; y lo que dice esa u otra iglesia tal vez sea cierto y moralinoso 
(moralinoso, sí, es correctoso), pero también pasa que a veces no sabemos 
si es mejor ir al cielo o al infierno (recuerdo aquella pintada: “Las niñas buenas 
van al cielo, las malas a todas partes”). En fin, preguntaré un día de estos a 
la Suprema Autoridad del Humor si hay canon, o libro de estilo, que nos 
ilumine sobre las pautas, los límites y las sendas del buen reír. 
O mejor cambiaré de tema. (O no)

Hace unas semanas vi una película iraní, Tres caras (Jafar Panahi, 2018)
ambientada en un lugar muy rural y muy cerrado (también hay lugares muy 
rurales y muy abiertos) (existen allí donde los caminos se cansan de sus prejuicios)
En la peli una joven se empeña en dedicarse al cine y el lugar entero se 
avergüenza de ella y la reprime. El lugar no quiere evolucionar. Ella sí. 
Al lugar se llega por una carretera estrecha de tierra que no permite la 
circulación al mismo tiempo de dos vehículos en sentidos distintos. 
Ella un día coge pico y pala y se pone, sola, a ampliar la carretera, 
porque ve que hay espacio para hacerlo. El lugar, celoso 
garante de las sagradas tradiciones, se lo impide. 

De eso trata un chiste (o una película o un poema o una canción)
de abrir caminos donde la mayoría cree que no hay. O de ampliarlos. 
O de reírnos cuando pensábamos que no podíamos. Que el chiste sea malo, 
o bueno, o peor, ya da un poco igual. Lo importante es otra cosa. 
¿Qué otra cosa? ¡Ah! Yo eso no lo sé. No soy ni profesor ni gurú. 
Preguntadle a Trump. Él, como todos los dictadorzuelos y dictadorzuelas 
del mundo, lo sabe todo. Por eso le haré caso y me inyectaré 
lejía en vena para protegerme contra el coronavirus. 

O no. Mejor no lo haré. 
Porque los chistes no hay que tomárselos en serio. 
No no no.