diumenge, 26 d’abril del 2020

















Los niños lloran, aman, juegan, exploran y rompen cosas porque están 
aprendiendo a conocer el mundo, no lo hacen para molestar, ni tampoco para 
probar nuestra paciencia, simplemente es la esencia de la infancia”.

José Vicente García, en “Sueños de escayola



La novela de José Vicente García trata, sobre todo, de una infancia en parte 
robada o directamente maltratada, no solo por una epidemia, sino también por 
una manera de entender la política. “Sueños de escayola” está basada en hechos 
reales porque la pandemia de la polio existió y se llevó por delante a un montón 
de niños y niñas en todo el planeta, y porque la dictadura franquista existió y 
no quiso invertir esfuerzo y dinero para proteger a sus cachorros, 
optó por invertir en, por ejemplo, el Valle de los Caídos. 

Leyendo estos días me encuentro con una historia no tan lejana de la actual. 
Es cierto que aquella España (década de los sesenta del siglo pasado) es distinta 
de la de ahora (aunque la tradición dictatorial sigue muy presente en muchos 
ámbitos de la vida), pero las ilusiones, los miedos, las preguntas y los sueños de 
niños y niñas no son tan diferentes. Pablito, el protagonista, no entiende por qué 
ha de estar confinado dentro de los muros del Sanatorio Marítimo de la Malvarrosa, 
junto con otras víctimas del virus de la polio. Trata de recomponer sus mapas emocionales 
allí dentro, entre camas de hospital, operaciones quirúrgicas y, también, nuevos amigos. 
Me gusta el acto de rebeldía de los cuatro amigos la noche de Nochebuena (en eso 
estoy ahora, voy por la mitad del libro) y la ingenuidad y diáfana valentía de Pablito, 
porque me invita a no olvidar lo que somos, lo que fuimos, lo que podemos 
llegar a ser si confiamos en lo mejor de nuestras vidas. 

Porque existe el dolor, pero también existen días como hoy, cuando por fin 
las calles vuelven a escuchar las locas razones de esa gente pequeñita. 
Escuchémosla, a esa gente, porque tenemos mucho que aprender de 
sus locas (o no tan locas) razones. Yo, de momento, seguiré leyendo 
“Sueños de escayola”, no solo porque conozco al autor y sé que 
lleva toda la vida luchando para no traicionar al niño que, en el fondo, 
todavía es. Seguiré leyendo porque quiero verle salir de allí, de aquel 
hospital, y porque no quiero olvidar. Quiero seguir aprendiendo.






(La viñeta es “remake” de una que ya publiqué hace un lustro)