No entraré en
detalles de lo que hablé con la botellita de jabón, esa que vive
en el lavabo
de mi casa. Es más, no desvelaré absolutamente nada de la reunión
interministerial que mantuve con ella, aparte de lo dicho en la viñeta. Solo
apuntaré,
así en plan breve e informal, que lo de lavarnos las manos tan a
menudo causa estreses,
escuatroses e infinitoses en gente que creemos
(equivocadamente) que están ahí solo
para servirnos. Corren tiempos difíciles y
con cierto tufillo a dictatoriales, aunque,
si nos paramos un poco a observar,
lo de las jerarquías mandonas y lo de las
servidumbres conformistas está en el
ADN de nuestra sociedad.
O quizá no, quizá no está en el ADN, quizá es un
virus.
Y no diré que, por
ejemplo, la corona real española sea un virus (me arriesgo a
que caiga sobre mí
todo el peso de la ley) (o todo el poso) (o todo el puso) (o todo
el pus). En
fin, dejemos ese tema, yo solo quería decir que el otro día hablé con
ella, con
la botellita de jabón, y que fue un rato saludable y contagiador, como
suelen
ser las conversaciones inesperadas y emocionadas. Es así la vida a veces,
y
cuando te encuentras con regalos así no puedes hacer otra cosa que dar las
gracias. ¿Gracias por qué? No lo diré. Eso pertenece, también,
a la intimidad
de una conversación.