Con tanta confusión,
confinamiento y, también, enfermedad y dolor, es fácil
que se nos pasen los
pequeños (o grandes) nacimientos (o renacimientos).
Dice el calendario que la
primavera ya está aquí, pero mucha gente no nos
dimos cuenta cuando llegó.
Quizá es porque todavía no ha llegado (es difícil
apreciarla en el agotador
estrés de un hospital, o en la ausencia callada de una
agonía que no puede
tocar a sus seres queridos…), yo, lo confieso, he andado
estos días enfadado
(por no decir cabreado) (es lo que tenemos las cabras, que
tiramos pa’l monte)
(y cuando no podemos tirar pa’l monte, tiramos pa’l cabreo),
enfadado, decía, o
frustrado o al borde del asqueo existencial por las razones que
ya he dejado
caer en los anteriores posts. Y que no volveré a explicar, para no
llover sobre
mojado. Ahora trato de resituarme (todas y todos estamos en eso,
cada cual a
nuestra manera) (excepto los bancos y las grandes fortunas) (esa
escoria sigue
a lo suyo) (ya me irrito otra vez) (y eso no puede ser, así que
rezaré a Santa
Irrita) (la que dijo aquello de que lo que se da no se irrita).
Y tratando de
resituarme descubro que olvidé celebrar el día de la poesía (eso me
da igual,
cada día es bueno para celebrar la poesía) (la mejor manera de celebrar la
poesía es hacerla), y la llegada de la primavera tampoco la celebré. Esto
último
sí que me ha hecho pensar, y de ese pensar surge la viñeta de hoy y
también una certeza: es hora de decirle adiós al invierno.
Es verdad que los
inviernos vuelven de vez en cuando, aunque les digas adiós,
pero está en
nuestras manos (o en nuestros pies) alejarnos de ese invierno que
ya dura más
meses (o más años) de lo humanamente sostenible. Cuesta tomar
la decisión de
apartarse de según qué infiernos, pero es la única manera que
veo de darle la
bienvenida a según qué primaveras. Porque sí, porque hay
que decirlo así: hay
primaveras que llegarán y te mirarán y, también, te
desafiarán con sus semillas
abiertas. Y podrás regarlas, y cuidarlas,
y ser, también tú, primavera.
Atrevida y eterna primavera
capaz de hacer frente al peor de los inviernos.