Déjame encontrar, en
algún lugar de un gran planeta, un rastro de bondad
que no se quede en casa
cuando al vecino se le queman las ganas de vivir.
Y déjame encontrar, también,
la sonrisa de la niña que no sabe qué es Grecia ni
qué es Turquía ni por qué ella
está perdida en los espinos de una línea imaginaria,
déjame encontrar más
personas como la enfermera que la encuentra, más personas
que tienden la mano,
y dibujan nubes que navegan y nos sacan del infierno cerrado
del ombliego (sí,
ombliego: a veces las palabras salen a pasear para darle alegría
al corazón)
(salen solo por eso, solo por no rompérselo en el resquebrajo de
un congelador)
(a veces, incluso, los censores no las ven, y las palabras
pueden caminar en
calentita libertad durante un rato).
Déjame encontrar, en
algún lugar de un gran planeta, estrellas que brillan
sin ser famosas y sin
cobrar millones de dólores (mira, otra palabra necesitada
de calorcito
desobediente), estrellas que alumbran al desolado y a la desahuciada,
y al
poeta frágil de versos mágicos, y a la pintora de telas voladoras que derrumban
nuestras telarañas. Déjame pensar que podemos soñar algo que sea de verdad,
o
mejor aún: una ristra de bondades que no se queden en casa cuando a la
vecina
se le desangran las ganas de seguir latiendo.
Déjame encontrar una
puerta, una ventana, que nos deje respirar.
O una goma de borrar que borre la
cárcel nuestra de cada día.
Y de cada noche.
(el dibujo es "remake" de uno que ya publiqué aquí en febrero de hace 3 años)