Y así es hoy: en medio de la ansiedad, una flor. Quizá lo que ha pasado
es que ya dura demasiado el trasiego desbocado de nervios, tantos
días
y tantas noches subiendo y bajando el contrabando de miedos,
frustraciones
y amores muertos, es natural que al final tal cantidad
de energía expulsada de
las entrañas y acumulada en las playas de su
piel haya creado el sedimento y el
lugar ideal para brotar una flor.
O tal vez lo que ha pasado es que hoy Mirada
ha sabido ver, por primera
vez, lo que siempre sucede cuando la ansiosa
serpiente pitón la envuelve
y la arrastra al límite de la asfixia. Mirada nunca
encuentra salida,
cuando la presión se hace fuerte en su mente y en su cuerpo,
y la
locura rompe sus placas tectónicas y su habitación se cae y su vida
se
desparrama y sus recuerdos son lava que invade sin piedad cada
cueva, cada refugio.
Entonces Mirada siempre busca desesperada el mar,
y baja escupida por el volcán,
apedreada por verdades falsas y agarrada a clavos
ardiendo. Pero en la orilla, hoy,
Mirada ve una flor. Y escapa por ahí.
No la abraza, no la estruja, tampoco la
arranca: la besa. La besa y la
mima. La cuida como mejor puede, todavía con las
manos temblando,
la riega con el lloro más niño, y de su pozo negro surge la
canción más
niña, hasta que la insana costumbre de la fábrica cotidiana queda
tan
lejos, tan y tan lejos, que Mirada puede ver toda su piel colmada de
flores
y acariciada por la brisa del mar. Y allí se queda hoy, casi
evaporada, lejos de
aquella fábrica cotidiana, aquella productora
autoritaria, agresiva y fea, que
hace diana en su cuerpo y consume
con sus prisas, sus anuncios y sus bobadas
todas las alegrías que
Mirada nunca ha querido encadenar. Y allí se queda
Mirada hoy,
aunque nadie la entienda ya, salvaje hasta la médula y hasta el
tallo
y hasta los pétalos. Allí se queda porque ha conseguido encontrar,
o
imaginar, un lugar donde consigue, poco a poco, respirar en paz.
Respirar en
paz, claro que sí, a flor de piel.