El metro cuadrado de espacio vital está muy caro. No como el otro,
el espacio
mortal, ese está muy barato. Y no lo digo solo por los
señores esos que preparan y abrillantan sus misiles,
y que piden más y más armas.
señores esos que preparan y abrillantan sus misiles,
y que piden más y más armas.
Lo digo también por los que predican las bondades del sistema
que nos acogota
las ganas de vivir, las ganas de hacer, las ganas de
querernos, de hablarnos, de reinventarnos. Sí, por supuesto
que el tirano
Putin es un
asesino de guante blanco, que el tiparraco aquel del norte de
Corea ni está bien de la azotea ni de las cloacas,
que la República
Popular China es
un imperio como cualquier otro imperio de la historia,
lleno de mentiras y palos para la mayoría y
privilegios y riquezas para
la minoría.
Claro que sí, y es cansina la propaganda típica de estos
lugares que llaman democracias occidentales, la cancioncilla que
insiste en decirnos que
somos los buenos de la película.
El mundo libre.
Miren a su alrededor, porfaplis, miren la velocidad de los coches, la
lentitud del pensamiento
crítico. Miren el beneficio engrosado
de los
hipermercados, el
raquítico estado de nuestra alimentación. El constante
pavoneo de la publicidad engañosa, el deterioro
también constante de la
salud, la
física y la mental. Miren ustedes nuestra prisa patológica, lo
poco que podemos disfrutar del nuestro reloj, el biológico y el amoroso.
Miren las porras
que vigilan por si se nos ocurre alumbrar una
democracia real ya, miren el
ahogo de las artes, la agonía de
las
bondades, miren y verán la esperanza en un mundo mejor, y la cerril
realidad de un mundo que se mete, otra vez, en una guerra mundial,
por si no tuviéramos bastante con las
guerras locales, los rencores
nacionales, las traiciones constantes, las envidias cotidianas. Miren
las gráficas
de La Bolsa, ese altar donde los
locos más ricos del reino hacen
ostentación de sus ganancias, de sus pérdidas, de sus, en fin,
teatros egocéntricos.
intento que lo poco hermoso que hay en mi
vida no muera por
aplastamiento,
o por falta de riego, porque la
presión ambiental es
muy pisoteante. Y por eso acepto convivir con mi tristeza y con esa
punzante
decepción. Pero lo que no acepto es esa mentira inmunda
que dice
que vivimos en el mejor de los mundos
posibles, y que por
eso hemos de ir a
la guerra, para defender nuestra
civilización, o
nuestra hipocresía. Me estoy preparando para la guerra, sí,
lo confieso, me estoy preparando. Para desertar de
ella.