Sí, el anciano que pasea por la calle ya sabe que antes del capitalismo
el egoísmo ya existía, pero también sabe que en la historia, como
en
la vida, podemos aprender de las experiencias dañinas y mejorar
o podemos,
ele que ele, insistir en el error nocivo e incluso crear mil
y una autopistas,
mil y una líneas de muy alta tensión, mil y una
guerras que nos lleven, una y
otra vez, al mismo dolor.
Y el anciano, un minuto después, se da cuenta del ele que ele
y se dice Eso sí que es un elol, pelo es glacioso… Y sonriendo y
recordando
la sonrisa de aquella mujer con quien solo pudo
sonreír durante unos pocos
años, entra en el paso de peatones
y una furgoneta de reparto se lo lleva por
delante.
La repartidora iba con prisa y el móvil no dejaba de repartirle
notificaciones y el anciano, muerto al instante, no ha tenido
tiempo
de salir de la sonrisa y, en bucle, ríe y juega una y otra vez con
aquella mujer, su madre, en aquella cárcel inmunda de la Una,
Grande y Libre
España de los años cuarenta.
Y la madre lo acoge de nuevo en sus brazos. Y sonríen sin
miedo en
aquella barricada donde ella lo crio, aquella barricada que nunca
se cansó de cantar mil y una canciones de la revolución.
(el texto es de hoy)