Y por fin volvíamos a la normalidad. Poco a poco volvíamos a ver las
bibliotecas otra vez llenas, a pleno horario, de noche y de día. Y la
gente,
alegre y curiosa, leía y hablaba de filosofía y de ciencias y de la vida
mientras reía o escuchaba en las terrazas y en las plazas, con seriedad
o con
sonrisa, la radio que contaba la historia nuestra y la de otros
lugares,
remotos o cercanos. Y las personitas más pequeñitas jugaban
en la calle, sin
miedo porque, ya se sabe, los coches no van con prisas
y saben respetar,
también, el caminar y el dialogar peatonal.
Y así era como volvíamos a ella, a la normalidad, sabiendo que cada
quien tiene la suya propia, y que nadie ha de imponerle nada a nadie,
ni con violencia ni intimidación. Por eso cuando por la calle veíamos a
un rey
cualquiera, lo devolvíamos al zoológico, o al museo. Y cuando
veíamos a un
equipo de fútbol (o de lo que fuera) de hiperliga, lo
aplaudíamos, porque nos
hacían disfrutar y porque sabíamos que
cada jugadora o jugador cobraba, como
nosotras, el salario
mínimo necesario, o quizá un aplauso o dos más.
Y, ya digo, después de todo lo sufrido, volvíamos a ella, agradecidas
a las farmacéuticas altruistas, que solo habían cobrado los costes
mínimos por las vacunas, y no se habían quedado ni con un mísero
beneficio, y
las investigadoras y científicos y médicos y todo
el personal implicado en
nuestra salud volvían a vivir, como era
merecido y natural, bien, sin presiones
ni estreses ni abandonos.
Y era así, la normalidad volvía sin contaminación, porque
las fábricas
y las industrias todas, ya se sabe, no sirven si nos roban salud,
por eso
era bonito ver a la gente en los bares bebiendo agua sana, porque los
acuíferos, públicos todos, privado ninguno, eran mimados y disfrutados.
Y las
personas volvían conscientes de la importancia del aprender y
del pensar, del
leer y del crear, y por eso caminar por la calle
volvía a ser, otra vez, fuente
de sabiduría y de paz.
Y era así ella, no había problema ninguno si eras mujer o
marciano o
si eras rica o pobre, porque ya sabíamos de antes de la pandemia que
las pirámides sociales eran horribles epidemias y por eso no
había ni ricos ni
pobres, había ese regalo tan cotidiano
y mundano de la justicia social.
Y era así, lo que tanta gente quiso o no quiso imaginar. Era
así la
vuelta a la normalidad un día cualquiera de mayo, de un siglo o
de un
mundo más perdido que encontrado.