“Me herí a mí mismo, me hice daño, solo para ver si todavía podía
sentir algo. Y es que el dolor es lo único que me queda que parezca
mínimamente real”. Algo así dice “Hurt”, la canción escrita por Trent
Reznor de
la banda estadounidense Nine Inch Nails, pero que impacta
en todo su esplendor
cantada por Johnny Cash. Puede parecer el himno
de una persona masoquista, y en
cierto modo lo es, pero es también
la confesión íntima y sincera de una
civilización desquiciada.
Recuerdo a una mujer de ojos azules, cara muy blanca y melena negra,
natural de la meseta y trasplantada al Mediterráneo. Hace años
que no
sé nada de ella, pero pude conocerla muy de cerca hace una década, y
aunque no entraré en detalles, sí diré que ella tenía muchas taras. O por
lo
menos eso decía ella con orgullo y crudeza. Y decía eso, taras, de la
misma
manera que decía braulias aquel verano, cuando el viento o sus
propias manos
dejaban ver sus bragas. Con una cuchilla de afeitar se
hacía cortes en los
muslos, o en los pechos, por nombrar solo alguna de
las crueldades que practicó
consigo misma, y el lastre que arrastraba,
aún en plena juventud, era digno de
una novela de terror. Que su familia
entera fuera del Opus Dei, o que su padre
fuera militar jubilado, o que
su nacionalismo español la alejara de mis raíces,
no fue impedimento
para que, durante un tiempo, intentáramos sacar adelante
algo parecido a una relación de pareja.
Ahora de todo aquello apenas queda el deseo de que ella sea
por fin
un lugar habitable, un lugar donde pueda vivir los sueños que le
mataron
cuando era niña. También queda la evidencia de que un
sistema económica y
socialmente injusto no solo crea agresiones
brutales entre unos seres humanos y
otros, también genera
autoagresiones sin límite en el interior de muchísimas
personas.
Hacer de la enfermedad mental un drama aislado y personal, ajeno
al
sistema social donde vivimos, es un error y es, además, alimentar
la ignorancia
y desnutrir el conocimiento. Ella, la mujer insomne de
mirada azul, era, o
todavía es, una víctima y una ejecutora más. Y si yo
entonces pude comprenderla
no es porque sea muy listo, es porque
yo también fui, o quizá lo soy todavía,
víctima y verdugo.