—¿Tienes un ratito
para charlar, Cactus?
—No.
—¿Y un gatito?
—No, Ximo, no tengo.
—Vaya, qué arisco.
—Es que no puedo,
Ximo. Tengo que arreglar unas goteras.
—¿Tienes goteras en
el desierto? ¿O son gateras lo que tienes?
(Je je je… qué ocurrente soy…)
—Goteras, Ximo,
goteras.
—Sí que estás
arisco, sí.
—Es que no estoy
para bromares, hoy. Oy oy oy.
—¿No estás para
bromares oy oy oy, Cactus?
—No. Ni para
bramares ni broncares estoy yo hoy, Ximo. No no no.
—¿Puedo preguntarte
una cosita, Cactus?
—Sí, pero rápido,
que tengo goteras en el desierto hoy.
—¿Oy oy oy?
—¿Me haces la
pregunta ya o me tengo que esperar
hasta que las ranas críen ganas?
—Vaya… Qué sugerente
eso de las ranas… Pero sí, la pregunta:
¿Tú por qué no llevas mascarilla,
Cactus?
—Porque tengo
problemas respinchatorios, Ximo.
—¿Y si no tuvieras
problemas respinchatorios, llevarías mascarilla?
—La llevaría en
espacios donde no fuera posible.
—¿Dónde no fuera
posible qué, Cactus?
—¡Donde no fuera
posible mantener la amistancia de seguridad, Ximo!
¡Jo, pareces tonto, qué
preguntas más bobas haces!
—Sí que estás arisco
oy oy oy, Cactus…
—Es lo que tiene
vivir en el desierto, Ximo,
que uno está arenisco y, claro, oy oy oy…
—Venga, que te ayudo
a arreglar las goteras esas.
—Vale.
—Bien, pues
despidámonos de nuestro querido y bello público, Cactus.
—Adiós, querido
vello púbico. Hasta otro gatito oy oy oy.
—Hasta luego…