dilluns, 15 de març del 2021






 



Me hizo mucha ilusión (y mucha realidad) que Elysa me pidiera dos 
tazas del Cactus. Eso fue hace unas semanas y me hizo mucha realidad 
(y mucha ilusión) porque ella conoce al Cactus desde que nació, allá 
por los dosmilonces, y siempre le ha mostrado cariño y una 
sospechosa complicidad muy saludable.







Y el sentimiento es mutuo, porque el Señor de las Púas siente 
debilidad (debilidad de la buena, de la que fortalece) por personas así 
como ella: Elysa es creativa y artística y literaria, y además es crítica y 
es amable y es gente inteligente. Y no lo digo por quedar bien, lo digo 
porque la conozco desde hace años (incluso tuve el placer de coincidir 
en vivo y en directo con ella en la presentación de un libro de Isabel 
Martínez Barquero) y sé que lo suyo no es ni pose ni postureo, es 
otra manera de entender la vida, más presente y más auténtica.

El caso es que las dos tazas no le duraron mucho en casa. ¿Por qué?
 ¿Porque el Cactus es andariego y de culo inquieto? ¿O porque gente
 querida de Elysa se llevó las tazas a otros lares? Seguramente la
 respuesta es que sí a las dos preguntas, y Elysa me ha pedido otras 
dos tazas cactusianas de las que ya hablaré en otro post otro día. 









Y eso es lo que quería decir hoy, que agradezco la confianza y la alegría 
a Elysa y a las otras personas que últimamente me estáis pidiendo tazas. 
Espero y confío y deseo que los desayunos, las infusiones y las meriendas 
que con ellas hagáis os causen gozo y provecho y, claro que sí, 
algún que otro eructo ilusionado y sabrosón :-)