Me hizo mucha ilusión (y mucha realidad) que Elysa me pidiera dos
tazas del Cactus. Eso
fue hace unas semanas y me hizo mucha realidad
(y mucha ilusión) porque ella
conoce al Cactus desde que nació, allá
por los dosmilonces, y siempre le ha
mostrado cariño y una
sospechosa complicidad muy saludable.
Y el sentimiento es
mutuo, porque el Señor de las Púas siente
debilidad (debilidad de la buena, de
la que fortalece) por personas así
como ella: Elysa es creativa y artística y
literaria, y además es crítica y
es amable y es gente inteligente. Y no lo digo
por quedar bien, lo digo
porque la conozco desde hace años (incluso tuve el
placer de coincidir
en vivo y en directo con ella en la presentación de un
libro de Isabel
Martínez Barquero) y sé que lo suyo no es ni pose ni postureo,
es
otra manera de entender la vida, más presente y más auténtica.
El caso es que las dos tazas no le duraron mucho en casa. ¿Por qué?
¿Porque el Cactus es andariego
y de culo inquieto? ¿O porque gente
querida de Elysa se llevó las tazas a otros
lares? Seguramente la
respuesta es que sí a las dos preguntas, y Elysa me ha pedido
otras
dos tazas cactusianas de las que ya hablaré en otro post otro día.
a Elysa y a las otras
personas que últimamente me estáis pidiendo tazas.
Espero y confío y deseo que
los desayunos, las infusiones y las meriendas
que con ellas hagáis os causen
gozo y provecho y, claro que sí,
algún que otro eructo ilusionado y sabrosón :-)