Hace 5 años que
dibujé la versión original de esta viñeta, y hoy,
rebuscando en mis memorias internas
y externas, he pensado que para
el día del padre estaría bien dibujarla otra
vez. Cierto es que los
personajes podrían ser una madre y su hija, o un tío y
su sobrina, o
muchas combinaciones más, pero un padre y su hijo también pueden
ser.
Mucha gente celebra
hoy este día, y más aquí en Castelló y otros lugares
donde el 19 de marzo es
festivo, y pienso que desde hace 25 años
intento pasar por este día de
puntillas, sin decir nada, quizá para no
contagiar tristeza, o no ser
aguafiestas, o, en fin, quizá para pensar
en otras cosas. Pero hoy prefiero no
hundirme en mi propio silencio y
decir en público que le echo de menos. A mi
padre. Aunque sé que fui
afortunado por conocerle durante más tiempo que mi
hermano y mis
hermanas. Sobre todo mi hermana pequeña no tuvo la infancia que
se
merecía, porque él se fue demasiado pronto, cuando ella tenía 5 años.
A mi
hermano le pilló en su época más complicada, en plena adolescencia,
y las otras
tuvimos que encajar su muerte cuando todavía nos resistíamos
a aceptar que ya empezábamos
a ser personas adultas.
No entraré en lo que
supuso aquello para mi madre, ni en las otras
ausencias que hubo que digerir
los años siguientes. Tampoco en mi
depresión. Solo quiero defenderle a él, a mi
padre, que varias veces tuvo
que defenderme a mí. Defiendo su honestidad, la
bondad y la comprensión
que mostró conmigo, el hijo rebelde, el ateo, el
revolucionario, el que no
encajaba en sus esquemas de cristiano militante. Un
día me dijo que el
primer comunista fue Jesucristo, y otro día me montó una
estantería
metálica de más de 2 metros de alto para que yo pudiera organizar
mejor aquel fanzine mensual que no comulgaba ni con la moral vigente
ni con la
hipocresía reinante. Él, mi padre, a quien recuerdo feliz entre
sus naranjos, o
entre sus hijos y sus hijas, hablando con aquella voz tan
pacífica y próxima. Y
le recuerdo también la mirada triste, muchas veces
ausente, porque él tampoco
comulgaba con un mundo cada vez más frío y
más rápido y más feo, un mundo que
le hería en lo más inocente de sus ojos.
Yo no tengo hijos,
nunca quise tenerlos, y no siento ningún instinto
paternal frustrado, ni echo
de menos esa experiencia, pero me alegra
comprobar que cerca de mí hay hombres
que sí, que ejercen de padres
y que aprenden cada día a ser mejores en esa
tarea tan complicada. Y eso
es todo lo que quería decir hoy, y lo he dicho en
castellano, no en valenciano
que es como me hablaba mi padre (y mi madre y mis
abuelos y abuelas y
tíos y tías…) desde que nací. Y lo he dicho así, en
castellano, porque
hoy necesitaba esa mínima distancia emocional, para no
hundirme en un mar de lágrimas al recordarle.