divendres, 19 de març del 2021





 




Hace 5 años que dibujé la versión original de esta viñeta, y hoy, 
rebuscando en mis memorias internas y externas, he pensado que para 
el día del padre estaría bien dibujarla otra vez. Cierto es que los
 personajes podrían ser una madre y su hija, o un tío y su sobrina, o
 muchas combinaciones más, pero un padre y su hijo también pueden ser.

Mucha gente celebra hoy este día, y más aquí en Castelló y otros lugares
 donde el 19 de marzo es festivo, y pienso que desde hace 25 años
 intento pasar por este día de puntillas, sin decir nada, quizá para no
 contagiar tristeza, o no ser aguafiestas, o, en fin, quizá para pensar 
en otras cosas. Pero hoy prefiero no hundirme en mi propio silencio y
 decir en público que le echo de menos. A mi padre. Aunque sé que fui
 afortunado por conocerle durante más tiempo que mi hermano y mis
 hermanas. Sobre todo mi hermana pequeña no tuvo la infancia que se
 merecía, porque él se fue demasiado pronto, cuando ella tenía 5 años. 
A mi hermano le pilló en su época más complicada, en plena adolescencia, 
y las otras tuvimos que encajar su muerte cuando todavía nos resistíamos 
a aceptar que ya empezábamos a ser personas adultas.

No entraré en lo que supuso aquello para mi madre, ni en las otras
 ausencias que hubo que digerir los años siguientes. Tampoco en mi
 depresión. Solo quiero defenderle a él, a mi padre, que varias veces tuvo
 que defenderme a mí. Defiendo su honestidad, la bondad y la comprensión 
que mostró conmigo, el hijo rebelde, el ateo, el revolucionario, el que no
 encajaba en sus esquemas de cristiano militante. Un día me dijo que el 
primer comunista fue Jesucristo, y otro día me montó una estantería
 metálica de más de 2 metros de alto para que yo pudiera organizar
 mejor aquel fanzine mensual que no comulgaba ni con la moral vigente
 ni con la hipocresía reinante. Él, mi padre, a quien recuerdo feliz entre
 sus naranjos, o entre sus hijos y sus hijas, hablando con aquella voz tan
 pacífica y próxima. Y le recuerdo también la mirada triste, muchas veces
 ausente, porque él tampoco comulgaba con un mundo cada vez más frío y 
más rápido y más feo, un mundo que le hería en lo más inocente de sus ojos.

Yo no tengo hijos, nunca quise tenerlos, y no siento ningún instinto
 paternal frustrado, ni echo de menos esa experiencia, pero me alegra
 comprobar que cerca de mí hay hombres que sí, que ejercen de padres 
y que aprenden cada día a ser mejores en esa tarea tan complicada. Y eso 
es todo lo que quería decir hoy, y lo he dicho en castellano, no en valenciano 
que es como me hablaba mi padre (y mi madre y mis abuelos y abuelas y
 tíos y tías…) desde que nací. Y lo he dicho así, en castellano, porque 
hoy necesitaba esa mínima distancia emocional, para no 
hundirme en un mar de lágrimas al recordarle.