dijous, 23 de gener del 2020















Y no me detendré ahora en las perversiones de la tradición social y lingüística, 
que habla solo de mujeres fatales, cuando ha habido más hombres fatales que 
mujeres fatales. Solo apuntaré que para ser un personaje fatal de esos que hacen 
la vida imposible a otra(s) persona(s) hay que tener una posición de poder, y si 
hablamos de poder ya sabemos cómo va el reparto, y el abuso, y la injusticia.

Tampoco pondré a parir a nadie porque haga sufrir desde su superioridad económica 
o intelectual, o desde su excelsa belleza. No, no lo haré, porque parir es una de las 
tareas más difíciles que existen, y yo, como hombre, no tengo ningún derecho a 
burlarme, ni aunque sea indirectamente, del acto de parir. No hablaré, tampoco, 
ni de partos naturales ni de las cesáreas, ni de las mujeres que murieron en el 
pasado víctimas de partos imposibles. Hablaré de lo que me libera, de esa mujer 
maravillosa con la que hablé hace unos días, madre reciente, serena aun con las mil 
tormentas que ha sufrido. Me alegra saberla viva, saberla despierta y hasta diría 
insumisa, y poder compartir con ella instantes así, junto a su hijo y su pareja.

Hablo también de la mujer que vi ayer en un lugar lleno de recuerdos. Le busqué 
los ojos al despedirme y ella me regaló su mirada, y nos sonreímos levemente. Así 
son los regalos, hay que dejarlos ir y venir, si quieren ir y venir, y hay que dejarlos 
crecer, si queremos que crezcan. Luego salí y caminé procurando no meter los pies 
en los charcos, el cielo atardecía y la lluvia se alejaba. Pero a mí me gustan los charcos 
y por eso, caminando, me dejé conducir por la mirada de aquella mujer que empujaba 
un carrito de bebé y que me sonrió apaciblemente, y yo no pude resistirme y me 
dulcifiqué en sus ojos. Sonreí también, bajé la cabeza y seguí mi camino, acogido 
por los árboles sin hojas y todavía húmedos, y me sentí flotar, no necesitaba luchar 
con ningún narcisismo, por más bello que fuera. Pensé que todas las personas lo tenemos, 
ese narciso, o esa narcisa, y que a veces creemos enamorarnos de narcisones 
o narcisonas monumentales, cuando lo que en realidad estamos haciendo es 
hinchar nuestra propia fatalidad, nuestro propio vacío.

Ayer el camino me traía ecos amables de otros pasos que sufrí hace tiempo y que 
supe transformar, a base de lágrimas y de mucho esfuerzo y sinceridad conmigo 
mismo, en pasos como los de ayer, indefinibles pero llenos de paz. Y un chico y una 
chica pasaron agarradas cerca de mí, y ella levantó la cabeza y me miró. A veces la 
belleza es así: camina y nos mira como si hubiera descubierto, de repente, que existe 
un mundo increíble que es capaz de expresarse más allá de las mentiras. Podemos 
creer en ellas, en las mentiras. O podemos creer en ellas, en las gotas de lluvia 
cuando nos miran y nos hacen llorar. Llorar sin dolor. Llorar de puro placer. 



-Ximo Segarra-