Y es verdad que la
violencia tantas veces repetida nos abruma hasta el punto de
decirnos Qué más
da lo que yo diga. El asesinato de Mónica y su hija Ciara a manos
de su
expareja es una de esas realidades brutales que no querríamos vivir, ni
asimilar,
y que pueden encerrarnos también en ese Qué más da lo que diga nadie.
Me pasa muchas veces,
eso, pero tantas violencias no pueden callarnos.
Hoy no diré nada sobre la
violencia machista, aparte de condenarla y decir que
nada justifica sus
crímenes. Solo quiero dejar aquí un poema que hice hace años,
pensando en una
madre y una hija, eran —y son— dos personas sin refugio
expulsadas por la
violencia y repudiadas por las fronteras de Europa:
Suelta amapolas rojas
la dulce niña rota
que agarraba la valla
coronada de espinos
Y el viento la busca
y agita un ramo
de violetas grises
vestidas de frío
Y a las diez amapolitas blancas
en los diez deditos finos
se las come el universo negro
que ruge en los bolsillos
Su madre la mira desde el camino
y levanta una sonrisa fiera
y le dice a la niña
casi casi en silencio:
Esta noche podremos soñar
que la luna es la puerta
de nuestra casa, y las estrellas
bengalas del paraíso
Y las diez amapolitas vivas
salen de los bolsillos
y sujetan la cara tierra
de la madre sin refugio
¡Mami! ¡Nunca lo había visto!
¡Tu cara es la luna!
¡Y tus ojos dos estrellas
de un color cielo tan bonito...!
X. S.