dimarts, 7 de gener del 2020













Y es verdad que la violencia tantas veces repetida nos abruma hasta el punto de 
decirnos Qué más da lo que yo diga. El asesinato de Mónica y su hija Ciara a manos 
de su expareja es una de esas realidades brutales que no querríamos vivir, ni asimilar, 
y que pueden encerrarnos también en ese Qué más da lo que diga nadie.

Me pasa muchas veces, eso, pero tantas violencias no pueden callarnos. 
Hoy no diré nada sobre la violencia machista, aparte de condenarla y decir que 
nada justifica sus crímenes. Solo quiero dejar aquí un poema que hice hace años, 
pensando en una madre y una hija, eran —y son— dos personas sin refugio 
expulsadas por la violencia y repudiadas por las fronteras de Europa:



Suelta amapolas rojas 
la dulce niña rota 
que agarraba la valla 
coronada de espinos 

Y el viento la busca 
y agita un ramo 
de violetas grises 
vestidas de frío 

Y a las diez amapolitas blancas 
en los diez deditos finos 
se las come el universo negro 
que ruge en los bolsillos 

Su madre la mira desde el camino 
y levanta una sonrisa fiera 
y le dice a la niña 
casi casi en silencio: 

Esta noche podremos soñar 
que la luna es la puerta 
de nuestra casa, y las estrellas 
bengalas del paraíso 

Y las diez amapolitas vivas 
salen de los bolsillos 
y sujetan la cara tierra 
de la madre sin refugio 

¡Mami! ¡Nunca lo había visto! 
¡Tu cara es la luna! 
¡Y tus ojos dos estrellas 
de un color cielo tan bonito...! 





X. S.