dimecres, 15 de gener del 2020











LA BODA

El novio se casa por la Iglesia porque su novia así lo ha decidido, y la novia así lo ha 
decidido para no aguantar más las malas caras de su padre y de su madre. Todo lo 
demás —el vestido, el traje, las flores, los estos, los aquellos y las parafernalias al 
completo— ha ido aplastando a la parejita en su recorrido hacia el altar, donde ahora 
trata de escenificar el papel asignado con la mayor dignidad posible. El del crucifijo 
también lo intenta, y el novio y la novia no pueden evitar mirar una y otra vez hacia 
arriba y comprobar que el buen Jesús no lo goza ni de lejos. Ella mira a su futuro marido 
y le pregunta ¿Vamos? Él no duda, y ante el asombro de madres, padres, tías, primos y 
floreros bajan al crucificado y llaman al 112, Oiga, vengan a la iglesia de San Talcual, que 
tenemos a un torturado acabado de rescatar, sí, un crucificado, es, sí, Jesucristo.

Al final, hartas de esperar, se lo llevan en el coche nupcial a casa y allí le curan, le 
alimentan, le acuestan y le dejan dormir, por fin, en horizontal. Días después la pareja 
fugada de su propia boda resucitará transfigurada en santísima y divina trinidad terrenal. 
Ella, María Magdalena, y él, Juan Bautista, han encontrado por fin la solución a la indefinible 
ausencia que sentían de noche y de día en su relación de pareja. Y además, oh sorpresa, 
demos gracias al señor, a la señora y a todo dios: aquí el mesías es, además de 
muy guapo y muy majo, un amante sensible, cumplidor en la cama y… 
sí sí sí: multiorgásmico sin complejos.



-Ximo Segarra- 

(Cuentos de cuando el sexo pudo razonar, 8)