LA BODA
El novio se casa por
la Iglesia porque su novia así lo ha decidido, y la novia así lo ha
decidido
para no aguantar más las malas caras de su padre y de su madre. Todo lo
demás
—el vestido, el traje, las flores, los estos, los aquellos y las parafernalias
al
completo— ha ido aplastando a la parejita en su recorrido hacia el altar,
donde ahora
trata de escenificar el papel asignado con la mayor dignidad posible.
El del crucifijo
también lo intenta, y el novio y la novia no pueden evitar
mirar una y otra vez hacia
arriba y comprobar que el buen Jesús no lo goza ni
de lejos. Ella mira a su futuro marido
y le pregunta ¿Vamos? Él no duda, y ante
el asombro de madres, padres, tías, primos y
floreros bajan al crucificado y llaman
al 112, Oiga, vengan a la iglesia de San Talcual, que
tenemos a un torturado
acabado de rescatar, sí, un crucificado, es, sí, Jesucristo.
Al final, hartas de
esperar, se lo llevan en el coche nupcial a casa y allí le curan, le
alimentan,
le acuestan y le dejan dormir, por fin, en horizontal. Días después la pareja
fugada de su propia
boda resucitará transfigurada en santísima y divina trinidad terrenal.
Ella,
María Magdalena, y él, Juan Bautista, han encontrado por fin la solución a la
indefinible
ausencia que sentían de noche y de día en su relación de pareja. Y
además, oh sorpresa,
demos gracias al señor, a la señora y a todo dios: aquí el
mesías es, además de
muy guapo y muy majo, un amante sensible, cumplidor en la
cama y…
sí sí sí: multiorgásmico sin complejos.
-Ximo Segarra-
(Cuentos de cuando el sexo pudo razonar, 8)