dilluns, 24 d’abril del 2023





 
Hablando el otro día con una cafetera (no bebo café, pero su olor me
 encanta) llegamos a la conclusión de que hay historias de amor en las que 
nadie da el primer poso, ese primer gran poso que hace que todo cambie. 
En esas historias, historias poco habituales, me decía la cafetera, lo que hay 
es muchísimos pequeñísimos posos. Sí, hay muchísimos pequeñísimos primeros
 posos: posos antiguos, y recién nacidos, y sabios, y torpes, y valientes, y con
 miedo, y calmados, y ansiosos, y decididos, y hay también posos que tiemblan…
 y posos que abrazan. Comprender que la otra persona es muy diferente a ti, pero
 que en el fondo es como tú, que se pierde y se encuentra y sabe y no sabe y
 tiene heridas y se las lame a su manera… comprender eso hace brotar esas
 historias raras de amor en las que nadie da el primer poso. Historias en las 
que nadie quiere tener toda la razón, ni toda la ventaja… historias en las que 
las tormentas secas del orgullo lo harán tambalear todo, pero historias donde
 siempre se puede aprender, historias de amor donde los pequeñísimos primeros
 posos abren la ventana una y otra vez, y vuelan, y cuando no se atreven a volar,
 miran, y dicen con la mirada, o con las manos, lo que no saben decir con las
 palabras. Y al día siguiente, quizá, dirán buenos días, o buenas noches. 
Pero no me hagáis caso, estas son cosas que hablo yo con esa 
cafetera amiga mía, y ella es muy lista y muy sensata, 
pero yo estoy como una auténtica cafetera. Sí sí sí.