dimecres, 4 d’agost del 2021





 



“Tú has sido la piedra en mi camino”, eso decía Sole Giménez cuando
 cantaba en Presuntos Implicados, y pienso que todas podemos cantar
 esa frase y evocar a alguien que fue esa gran piedra que nos regaló 
un porrazo altamente destrozador. O dos. O más.

Pero, si nos paramos un poco a observar esto, no son las enormes
 piedracas del camino las más peligrosas, quiero decir que al ser grandes
 se las ve bien, incluso podemos practicar el arte de la escalada con ellas;
 las peligrosas de veras son las piedrecicas aparentemente inofensivas,
 esas que parece que están sueltas pero que no lo están, o esas 
otras que son pequeñicas pero matonicas.

Y esto de las piedras de tamaños diferentes me lleva a esto otro: 
Los grandes personajes todopoderosos, de la política o de la economía 
o del espectáculo ese que debe continuar, están tan arriba y son tan
 famosos que ya de lejos se les ve lo poco de fiar que son, o lo crueles, 
o lo egoístas y engreídos, más que grandes piedras del camino son
 monumentos de granito y de cara muy dura plantados ahí, para que 
todo dios los vea y los adore. En cambio los jefecitos, o las jefecitas, 
los tronos pequeñitos que encontramos en nuestra vida cotidiana son
 más difíciles de detectar, y los asimilamos en nuestro quehacer 
diario, o los evitamos, o intentamos exorcizarlos con bromas, 
o silencios, o reproches en voz baja, cuando no 
nos enzarzamos a grito pelao con ellos.

Esas piedrecitas se nos meten en los zapatos, o en los calcetines o 
en los calzoncillos o en las bragas o en el suje, o se esconden debajo 
de la piel y se instalan cómodamente en nuestra cabecita, en nuestro
 corazoncito, en nuestro insomnio. Esas pueden llegar a convertirse en
 nuestro pequeño dictadorzuelo, nuestra propia canciller caprichosa 
e inflexible, nuestra peor y más resbaladiza piedra en el camino.