dijous, 12 d’agost del 2021






 




Las células cancerígenas no son aliens que llegan de fuera y se dedican 
a destruirnos. Sí, se dedican a destruirnos pero son células nuestras que,
 por unas causas o por otras, a partir de un determinado momento
 mutan y siguen solo la ruta de su propia juerga, sin tener ya 
en cuenta el bien de nuestro organismo.

Así también en las sociedades humanas, surgen bichos que 
no miran por el conjunto de la sociedad, hacen para sí solamente, 
para su propio gusto (o para su propio disgusto, que de todo hay),
 bicharracos que consideran lícito apropiarse de cuanto más mejor, miles
 y millones para el engorde de su ego trastornado, sin importar lo que eso
 supone para el resto de la comunidad. Grandes ejecutivos de bancos o de
 corporaciones que amasan fortunas, grandes estrellas del deporte o del
 espectáculo o del comercio acumulando bienes que generan (aunque 
no lo reconozcan ni ellos ni sus fans) males y miserias a su alrededor. 
Así con las compañías eléctricas, también. Controladas por 
células cancerígenas acaban convertidas en 
grandes compañías cancerígenas.

Y no hay quimioterapia ni radioterapia ni medicamento ninguno 
contra esos patógenos, cómo lo va a haber, si la propia industria del
 medicamento está empecinada en el enriquecimiento de unos 
pocos, a costa del sufrimiento de unos muchos.

Y podemos creernos la mentira: que el mundo es así y así seguirá, 
que es legítimo acumular tanto poder y riqueza en unas pocas garras, 
que ese es el orden de las cosas… No, no es el orden, ni natural ni
 artificial, eso es el desorden, es la enfermedad. Lo que nos venden 
noche y día en los grandes altares mediáticos no es el sistema: es el
 antisistema, es la antihumanidad, es la antisociedad que nos corroe.

Y habrá, seguro, quien dirá que somos la gente que pensamos así la
 peligrosa, que nosotras somos el patógeno, el ente infeccioso, el cáncer,
 por decir o cantar o dibujar cosas raras. Ya ves tú: una vela que habla.
 Pero ya lo decía el proverbio aquel: “Es mejor encender una vela que
 maldecir la oscuridad”. Y en esas estamos, intentando que no 
nos contagie la enfermiza oscuridad establecida.

Ah, otro día contaré cosas así en plan graciosas y tal, pero 
hoy me conformo con eso, con encender una vela y 
hablar con ella. Hasta luego.