divendres, 28 de maig del 2021





 


Me herí a mí mismo, me hice daño, solo para ver si todavía podía 
sentir algo. Y es que el dolor es lo único que me queda que parezca
 mínimamente real”. Algo así dice “Hurt”, la canción escrita por Trent
 Reznor de la banda estadounidense Nine Inch Nails, pero que impacta 
en todo su esplendor cantada por Johnny Cash. Puede parecer el himno
 de una persona masoquista, y en cierto modo lo es, pero es también 
la confesión íntima y sincera de una civilización desquiciada.

Recuerdo a una mujer de ojos azules, cara muy blanca y melena negra,
 natural de la meseta y trasplantada al Mediterráneo. Hace años que no
 sé nada de ella, pero pude conocerla muy de cerca hace una década, y
 aunque no entraré en detalles, sí diré que ella tenía muchas taras. O por
 lo menos eso decía ella con orgullo y crudeza. Y decía eso, taras, de la
 misma manera que decía braulias aquel verano, cuando el viento o sus
 propias manos dejaban ver sus bragas. Con una cuchilla de afeitar se
 hacía cortes en los muslos, o en los pechos, por nombrar solo alguna de
 las crueldades que practicó consigo misma, y el lastre que arrastraba,
 aún en plena juventud, era digno de una novela de terror. Que su familia
 entera fuera del Opus Dei, o que su padre fuera militar jubilado, o que 
su nacionalismo español la alejara de mis raíces, no fue impedimento
 para que, durante un tiempo, intentáramos sacar adelante 
algo parecido a una relación de pareja.

Ahora de todo aquello apenas queda el deseo de que ella sea por fin 
un lugar habitable, un lugar donde pueda vivir los sueños que le 
mataron cuando era niña. También queda la evidencia de que un 
sistema económica y socialmente injusto no solo crea agresiones 
brutales entre unos seres humanos y otros, también genera
 autoagresiones sin límite en el interior de muchísimas personas. 
Hacer de la enfermedad mental un drama aislado y personal, ajeno 
al sistema social donde vivimos, es un error y es, además, alimentar 
la ignorancia y desnutrir el conocimiento. Ella, la mujer insomne de
 mirada azul, era, o todavía es, una víctima y una ejecutora más. Y si yo 
entonces pude comprenderla no es porque sea muy listo, es porque 
yo también fui, o quizá lo soy todavía, víctima y verdugo.