Para hacer valer nuestras razones y nuestros sentimientos
y nuestras maneras de entender la vida, podemos apoyarnos
en la palabra, en el diálogo, en la manifestación pacífica, en
la exposición serena y argumentada de nuestro punto de vista,
o bien podemos apoyarnos en la fuerza física, en la coacción,
en la amenaza, en la imposición pura y dura.
La primera opción es la que comprende y respeta que
la otra persona no tiene porqué tener la misma perspectiva
ni la misma posición, y le reconoce a la otra persona el derecho
de pensar y sentir distinto. La segunda opción es la que pretende
aplastar, someter, eliminar todo rastro de puntos de vista diferentes
al suyo, y no se corta a la hora de ejercer o justificar la violencia
contra quien ve las cosas de distinta manera.
de pensar y sentir distinto. La segunda opción es la que pretende
aplastar, someter, eliminar todo rastro de puntos de vista diferentes
al suyo, y no se corta a la hora de ejercer o justificar la violencia
contra quien ve las cosas de distinta manera.
Estas semanas, con todo lo que está pasando
en Cataluña, estamos viendo dos maneras muy dispares de
entender la sociedad y la política y la vida. No entraré en detalles,
solo daré mi opinión. Y mi opinión es que me está ganando. Sí,
la República Catalana me está conquistando, no por
la fuerza de las armas, sino por la fuerza de las
razones y de los sentimientos. Me está
demostrando que cree en la primera
opción, la buena, la sensata,
la valiente, la eficaz, la
más difícil pero
la más digna
de llamarse
más difícil pero
la más digna
de llamarse
humana.
No estoy de
acuerdo en muchos
de sus planteamientos,
pero le reconozco que está
actuando, en general, sin violencia,
que se podría ahorrar algunos insultos y
algunas prepotencias, pero... es que no hay punto
de comparación. ¡Si hasta está dispuesta a participar en
unas elecciones autonómicas impuestas por el artículo 155,
cuando ella ya ha declarado su independencia y, por tanto, no
reconoce la autoridad del Estado español! Ha declarado la
independencia y no ha sacado los tractores para bloquear
las carreteras, ni ha jugado la baza de movilizar
a la facción independentista de los mossos
d'esquadra... Ahí la ves, a la recién
nacida República Catalana,
saliendo a la calle con sus
banderitas, defendiendo
su país con pancartas, y
enviando a Bruselas
a su presidente...
Qué violento
todo ¿no?
Y por el otro lado...
La última ocurrencia ha sido
encarcelar a la mitad del Govern
català, claro que sí, no hubo suficiente
con meter en prisión a Sánchez y Cuixart (que
ahí siguen, por cierto), ni con la lluvia de porras el
1 de octubre, ni con más de 10.000 policías y guardias
civiles encerradas en cuarteles y barcos, hartas de añorar
a sus familias, y hartas de esperar una revuelta popular armada
que no llega nunca, a pesar de tantas provocaciones...
Todavía hay quien insiste en maleducarnos en la
creencia de que la legalidad más fuerte es la que tiene la
creencia de que la legalidad más fuerte es la que tiene la
violencia más larga y más suelta, pero por suerte todavía somos capaces
de ver otras opciones, otras enseñanzas, otras maneras de resolver los
problemas. Con más comprensión, con más diálogo, con más cultura,
con más respeto y con mucho más amor del que habita en las
altas y frías cumbres del poder. España tiene un problema,
y no es Cataluña. Es su propia intransigente manera
de afirmar su identidad, y si hay alguien por ahí
(y me consta que hay más de una y más de
dos y más de diez mil) que cree en una
España capaz de evolucionar a mejor,
y echar de sus poltronas a esa
panda de retrógrados que
aún hoy nos (des)gobiernan y
que aún hoy no saben solucionar
las cosas como personas de bien,
yo estaré ahí, yo me apunto.
Para lo otro yo no soy
español, ni lo
seré nunca.