dimarts, 7 de desembre del 2021





 



Imaginemos una montaña verde y soleada, ahí caminamos ahora 
entre vacas que pastan. Yo soy un cabrito que habla y os cuento que 
fue en China, en el siglo X, donde surgieron las primeras versiones de 
eso que hoy llamamos vacuna, aunque el término vacuna ―el cabrito se
 sube a una roca grande para explicar esto― tiene su origen en la viruela
 de las vacas, la cual comenzó a usarse con éxito en Europa contra la
 viruela humana en el siglo XVIII. Ahora saltaré grácilmente de la roca al
 suelo y diré: Las vacunas son un buen invento, salvan vidas. Mis patitas
 al saltar se hunden en una boñiga de vaca recién horneada pero yo,
 digno y tozudo, me salgo de la tarta de chocolate y continúo: La salud,
 mercantilizada por grandes empresas farmacéuticas, no es salud, es
 enfermedad crónica ―ahora me sumerjo en un riachuelo y me quito 
los restos de tarta y digo―: Ese mercado antepone sus beneficios a
 nuestra salud, y con las vacunas en tiempos de pandemia se están
 maquillando con oro macizo la cara tan dura que tienen.

El cabrito Ximo sale del riachuelo, ya limpito y aseado, y se sube 
a un risco. El sol que tengo detrás recorta en el cielo mi figura (y me
 recorta un poco las puntas) (y me hace la pedicura) (y me suena los
 mocos) (qué bonito y detallista es el sol) y le cedo la palabra a la cabrita
 Marie: “Nada en la vida debe ser temido, solamente comprendido. Ahora
 es el momento de comprender más y temer menos”. Marie Curie,
 ahora ya hablando en se rio, fue una conocida locutora de 
radio que trabajó toda su vida en Radio Actividad FM 
y también en Radio Nacional de Polonio.

Ya el sol comienza a ponerse cuando el cabrito os dice 
que el miedo machacón que emiten los miedos de comunicación 
nos empuja a la prisa compulsiva y a la nula reflexión, en cambio la
 comprensión de la que habla la cabrita Marie florece lejos de ese
 bombardeo rutinario: la comprensión florece en la paz, en el 
querernos, en la solidaridad y en el esfuerzo diario.

Anochece y el cabrito se duerme y no ve que la cabrita baja del monte 
al pueblo con un megáfono en una patita y proclama desvergonzada:
 ¡Aplaudamos a nuestra gente de la sanidad pública, claro que sí! ¡Pero
 hagamos más! ¡Unámonos a sus reivindicaciones, porque su salud es 
la nuestra! ¡Cabritos y cabritas del mundo, uníos contra los cabrones 
y las cabronas que nos enferman! Y antes de desaparecer en la 
noche, la cabrita Marie te guiña un ojo y le da un beso 
al rincón más alegre de tu sistema inmune.