Nadie se salva, ni la persona más racional y ultralógica, de ser absurda algunas
veces. ¿Pero qué hacer cuando compruebas una y otra vez que
la sociedad
entera en la que vives, desde los cimientos hasta la azotea, es
absurda?
Absurda y, como decía D. H. Lawrence en “El amante de Lady Chatterley”,
ridícula: “En realidad, todo era un poco ridículo, cuando no muy ridículo.
No
cabía la menor duda de que un punto ridículo había en todo lo que
estuviera
relacionado con el ejercicio de la autoridad, fuere el Ejército,
el Gobierno, o
la Universidad. Y mientras las clases dirigentes
tuvieran pretensiones de
gobernar, también serían ridículas.”