Los pasos de peatones (también llamados pasos de cebra) (yo así los llamo)
(no siempre me responden) son puntos de encuentro. La mayoría de
las veces
suceden ahí encuentros amables y respetuosos, pero a veces no. De normal
la
gente sabe tratarse bien, incluso a veces se saludan, pero tú, yo, aquel o
aquella
puede dar fe de algún que otro encuentro (o encontronazo) desagradable.
Y sí,
ya se sabe que no vemos igual esos lugares cuando somos peatones que
cuando
conducimos, y más cuando las prisas (esas hienas al volante) suelen
obsesionarse con la meta y borrar el camino, o la calle, o la avenida,
o la
cebra que está ahí pastando recién llegada de Zambia. En todo caso,
hace años
que tengo claro, cuando conduzco, que estoy manejando una masa
que pesa una
tonelada (o dos), y eso me obliga a una responsabilidad extra:
quien es más
vulnerable y frágil siempre es el peatón. En fin, dentro de un rato
saldré a
caminar, y con un poco de suerte solo seré una cebra grácil, vigorosa y
elegante. Hará calor en la sabana mediterránea y quizá me cruzaré con algún
chulito disfrazado de león que se creerá más fuerte y más rápido y más rugiente
que nadie, pero yo me aliaré con la brisa marina y más que trotar flotaré por
encima del asfalto, soñando con un camino libre donde las noticias no ensalzan
a campeones que arrollan a sus rivales. Y cuando baje de nuevo al suelo, si el
chulito sigue ahí, le daré una coz. ¡Hasta luego, cebras salvajes! Por cierto,
¿sabéis qué le dice un ñu a otro ñu en un paso de cebra?
¡Decídmelo, decídmelo,
porque yo ñu lo sé!