dimecres, 15 de juny del 2022





 



Érase una vez un cuento corto que vivía entre un río y un mar y algunas
 montañas y que, aun siendo tan pequeño, tenía siempre espacio y tiempo 
para contar esta pequeña historia que ahora empieza y que en breve terminará. 
Es la historia de un lugar, el lugar donde nacen los latidos, todos. Todos los 
latidos. O por lo menos todos los latidos de un corazón grande y creativo.
 Nadie sabe exactamente dónde está ese lugar, pero este cuento corto
 dice que es una aldea sin rey ni reina ni jefes ni nadie que le ordene a
 nadie a qué hora hay que ir acá o allá. Es un lugar siempre amenazado,
 por caudillos iluminados o por autómatas acobardados, siempre hay un
 odio o una rabia celosa contra la aldea donde nacen los latidos más
 libres más fuertes del mundo, y avivan guerras para matarlo, 
y construyen cárceles para silenciarlo, pero en el país donde 
nace nuestro arte hay una plaza humilde y sencilla con 
unos pocos árboles y una fuente que mana agua de 
la buena. Y un tam tam. Hay un tam tam siempre 
en la plaza, ahora tocas tú, luego baja la 
peluquera y toca ella, luego toco 
yo, y más tarde toca la arquitecta o el agricultor. 
Y contaría más, pero ya dije al comenzar que esto es un cuento 
corto, así que terminaré diciendo Érase una vez un latido. 
Y érase una vez otro latido. Y otro. Y otro más. 
otro y otro y miles de millones de latidos hasta 
llegar algún día, claro que sí, a besar 
con tu mirada y con tu arte 
ese lugar tan lejano 
tan cercano que 
llamamos 
infinito.