dimarts, 8 de febrer del 2022




 




Les sucede a algunas personas, sí, que por la noche se encienden 
y por la mañana andan por las calles apagando incendios y rayos y
 truenos. Tal vez son, o somos, farolas y farolos víctimas de no muy
 cortos cortocircuitos y de no muy largas estancias en el paraíso.

Y podría ahora yo extenderme lentamente cual mancha de aceite sobre 
el asfalto de la melancolía, y hablar de los candiles y las candilejas que
 nacieron para ser lumbre y murieron en el olvido a la orilla de una
 alcantarilla cualquiera, pero mejor me vestiré de detective y me
 sumergiré en el vientre de esa alcantarilla cualquiera.

Allí hay una cucaracha insomne que se pasa toda la noche en
 movimiento, patita a patita trajinando sin parar, quizá para no ser
 vencida por el congelado aliento que habita en las entrañas del invierno.
 O quizá es que busca algo, y mientras busca toma copas llenas de mugre
 y fuma colillas vacías de luz. Siempre de aquí para allá la cucaracha, 
va y viene y sube y baja y celebra una fiesta cada vez que se 
topa con un trocito de gofre o una pizca de nata.

Solo parará, por fin, al colarse en una bolsa nevera medio abierta 
donde agoniza un cubito de hielo. El cubito la mira con sus ojos de
 húmedo cristal muy abiertos y le dice Cuéntame un chiste. Y ella, la
 cucaracha insomne, se acurruca pegadita a él y cerrando los ojos le
 susurra Yo quiero estar a tu helado hasta que se te cure el constipado
Y aquí termina la historia que escribí una mañana de invierno, 
todavía vestido con el pijama de un detective cualquiera.