divendres, 24 de setembre del 2021





 



Es fácil definir a personas que están sufriendo como “esa pobre gente
 que lo ha perdido todo”. Es fácil y es, además, inexacto, por no decir
 estúpido, porque no lo han perdido todo, les queda la mirada, la voz 
con la que responden a la periodista o al fisgón de turno, les queda
 también la generosidad para no enviar a tanto buitre a freír espárragos.

Y no me refiero solo a La Palma ahora, es práctica habitual en el sistema
 donde vivimos mirarlo todo desde esa isla llamada sofá (hay sofás reales
 y sofás virtuales), como si la cosa no fuera contigo, hasta que llega un
 día que sí, que la cosa va contigo y al otro lado de la pantalla 
audiencias voraces se nutren de tu testimonio dolorido.

Tampoco es de extrañar la insensibilidad cotidiana, no olvidemos 
que hasta no hace mucho (un par de siglos es casi nada, desde una
 perspectiva histórica) las ejecuciones eran muy públicas y muy
 celebradas en vivo y en directo. Ver sufrir a un semejante es, desde 
la plaza del pueblo o desde el comedor, todavía un entretenimiento
 para el imaginario colectivo. Y es que por desgracia la evolución 
de la especie humana arrastra todavía muchos cangrejos.

Yo no pertenezco a ningún gremio privilegiado, ser artista o artesano 
te expone, si el poder dominante y legalmente establecido no te ha
 elevado a sus altares favoritos, a tragar buenas dosis de indiferencia 
y desprecio. Ay… esos pisoteos elegantes, que miran con sus ojos
 henchidos de sofisticación hacia las lujosas cumbres y con el 
reojo se aseguran de que te fusiones bien con el asfalto 
maloliente de sus suelas y sus tacones.

Ya para terminar, añadiré que soy descendiente de innumerables
 generaciones de agricultores y agricultoras, y eso me ha grabado en 
los genes la certeza de que el desastre puede llegar en cualquier
 momento, en forma de granizo, inundación, sequía, legalidad armada,
 temblores de tierra o, aunque suene más exótico, también en forma de
 volcán. Y me ha grabado en los genes otra certeza aún más clara: que 
no se sale del desastre con promesas ni postureos de las autoridades, 
ni con visitas relámpago desde el palacio real. Se sale de la mano de
 gente como tú, personas que te miran a los ojos y te dicen, sin 
más rodeos: Estoy aquí, ¿en qué te puedo ayudar?