dilluns, 11 de juliol del 2022





 



Hace ya muchos muchos años le oí decir a un pene escritor una cosa que
 ahora repetiría pero ya no me acuerdo (hace muchos demasiados años y
 no me apunté la cita), quizá otro día me acuerde, pero hoy aquello que
 dijo el gran escritor de pene está encerrado en algún cojón oxidado de
 la memoria y no hay manera de recordar. Tampoco se pierde nada con
 el olvido, el señor don aquel era tan poco original que ni llegaba a
 mediocre, y era además un escritor de escroto racial y mucho machote 
a por ellos oé oé. Sí puedo decir su nombre, pues aunque no alcanzó 
la fama, tuvo repercusión y bombo y platillo en los medios de
 incomunicación allá por la década de los ochenta o noventa, de qué 
siglo ya no sé, pero su nombre ya da pistas sobre la anquilosada lejanía
 de sus orígenes: Don Filemón Mosistraco de los Santos Santos. Sí, largo
 nombre para un hombre de cortas miras y prejuicios eternos, así que 
la gente del pueblo le llamó Fi, y la irreverencia popular transformó 
aquel Filemón Mosistraco en el más ágil y divertido Fi Mosis. Y no es 
que el nunca suficientemente enterrado escritor tuviera algún problema
 con la bajada y subida de su prepucio, al contrario, lo cierto es que 
su prepucio era tan elástico que con facilidad podía subírselo hasta 
el sobaco izquierdo y meterlo allí para que no se le constipara en las
 solitarias noches de invierno. No no no, él problemas de prepucio no
 tenía, pero ya sabemos cómo es la gente, inventa leyendas y se las cree,
 incluso hay quien, como el escritor desconocido que esto escribe, se
 inventa una historia así para reírse de los rancios abolengos que todavía
 hoy reinan en la intelectualidad reinante y para imaginar que alguien 
se ríe con él y, también, para finalizar sin más estas palabras 
con un fino y afinado fin. Fin.