divendres, 8 de juliol del 2022






 




Después de la conversación con Ana, el hombre de la faja negra 
se fue al bar del pueblo y se tomó un vino con su primo Gayetano. 
No estuvo mucho tiempo, tenía que ir al campo a trabajar, y de camino 
al huerto intentó pensar. Le costó hacerlo. Siempre le había costado,
 notaba algo así como pedruscos enormes que le comprimían el cerebro,
 quizá eran prejuicios, o la falta de costumbre. Pero hacía el esfuerzo y
 trataba de comprender qué le pasaba al pueblo, la gente no era como él,
 heterosexual a jornada completa, siempre atento a que la próxima moza
 que viera se convirtiera por fin en su moza heterosexual soñada. No, las
 mujeres suspiraban por los encantos de sus vecinas, y con los hombres
 no se podía hablar de tías, ellos solo tenían ojos y ojetes para los tíos.
 Cogió la azada y se puso al tajo, tenía buena espalda y brazos fuertes y
 la tierra se le abría sin dificultad. Y a cada golpe una lágrima, finas
 lágrimas caían de su cara robusta sobre los terrones oscuros. Llevaba
 sembrando así desde jovencito, desde que su padre emigró a la ciudad
 para protagonizar películas porno para gais, lágrimas como semillas,
 semillas como lágrimas, desde que su madre se fue a Londres a vivir 
a tope su historia de amor con la hija secreta de Margaret Thatcher.
 Aquella mañana tenía lágrimas para llenar de semillas todo el desierto
 del Sáhara, y cuando llegó a la roca de siempre, a la gran piedra que
 estaba allí desde hacía generaciones, no hizo lo de siempre, no la rodeó.
 Se subió y le dio el golpe más terrible que nunca imaginó que podía dar.
 Y la partió, partió la piedra, se abrió como un melón y sintió que lo podía
 todo, de un golpe supo que la rabia contenida que acunaba desde niño
 había encontrado salida, y se había ido. Y volvió al pueblo, y buscó a
 Lesbiana, y a Ana, y a Gayetano y a Florecito y a Muchachorra y a todos 
y a todas y también a todes y repartió y recibió abrazos y les lloró y 
le lloraron también a él. Luego, quizá un minuto después o un año o 
quizá más, encontró a su moza heterosexual soñada. Y colorín 
colorado, este cuento ya se ha sembrado.