dimecres, 13 de juliol del 2022





 



A falta de media hora para las dos, el sol cocina a fuego lento el centro 
de la ciudad. La plaza de hormigón armado con arena del desierto está
 tan vacío que los cuatro árboles que la habitan se han ido al amanecer,
 asqueados por la temperatura indecente, y no volverán hasta que
 alguien encarcele a los mil demonios que diseñaron ese infierno. No 
son horas ni calores para una primera cita, piensa ella mientras airea 
sin disimulo la camiseta de tirantes, ahí debajo dos afluentes de sudor
 recorren la piel del escote y se reúnen en el lago que hay entre un 
pecho y el otro para luego bajar en cascada hasta el ombligo humeante.
 Del pubis mejor no hablar, ya es una cuba de vino caliente donde
 fermenta una flora y una fauna que ni el más osado reportero del
 National Geographic se atrevería a explorar. Porque todo el cuerpo 
está siendo torturado por sales resecantes y aceites pegajosos, y 
los maquillajes y los desodorantes dejan rastros de lava negra 
en esa figura ahora irreconocible que hace equilibrios 
sobre unos zapatitos de mantequilla hirviendo.

Busca en la estufa de su bolso el móvil para ver la hora pero ella 
ya no puede ver nada. El peinado que salió esta mañana de la pelu 
se ha descompuesto y el amasijo desquiciante de tinte y picores le 
ha invadido toda la cara y, justo cuando está al borde del desmayo o 
del ataque de pánico, siente un beso sorprendente y refrescante en 
el cuello, y escucha a través de la selva asfixiante Hola, ya estoy aquí. 
Y alguien la rocía con finas gotas por los cuatro costados, y la desnuda, 
y la desmaquilla, y la destiñe, y la desodoriza y la rehidrata. Y la limpia
 entera con firmeza y suavidad. Es fresco y elegante su tacto. Y su 
aliento es amoroso hasta el punto de llegar a un orgasmo prematuro 
casi sin darse cuenta, con un gemido ronco que le emerge de algún 
río subterráneo que ella desconocía y que le regala un chorro de 
placer puro y escandalosamente inocente. Y temblorosa logra 
apartarse el pelo húmedo que le tapa los ojos y se descubre amada 
por la nube más bella de toda la atmósfera celestial, y entonces deja 
de temblar y toma las riendas y la cabalga frenética y salvaje, medio
 derretida por fin, hasta fundirse las dos en un largo relámpago que 
las lleva directamente al centro mismo del paraíso eterno.

A las dos en punto un señor trajeado y calado hasta los calzoncillos 
mira perplejo la tormenta que se aleja y, todavía con una cajita
 de bombones haciendo caca en sus manos, llega a la 
conclusión de que algo no ha ido bien en esta cita.