dijous, 4 de juny del 2020












Es mucha la gente que dice que no tiene suerte, quien más quien menos 
se ha quejado alguna vez de eso. Yo, sin ir más lejos, me he hartado de oírme 
decirlo tantas veces que al final he decidido sentarme conmigo mismo y hablar 
en serio del tema. Y ha sido divertido, porque sentarse con uno mismo requiere 
ser también silla, e incluso mesa (sí, mesa: si no sabes qué hacer con tus codos 
y necesitas un lugar donde ponerlos, la mesa ayuda), y ser mesa, ser codos, ser 
silla, ser culo y ser uno mismo es tarea compleja. Y podría desvelar ahora las 
conclusiones a las que he llegado en esa autoconfesión, pero creo que será 
más ameno e interesante para los millones de personas que me 
leen hablar de algo muy relacionado con la suerte. 

Sí, querida gente: hoy hablaré de los juegos de azahar. Sí sí sí: los juegos 
de azahar son unas cosas que hacen los naranjos en primavera cuando nadie los ve. 
Me pasó un día, hace años, que ya me iba de un huerto después de trabajar allí toda 
la tarde y noté algo así como un gran movimiento detrás de mí. Me giré y todo 
estaba como siempre: los naranjos con sus hojas verdes y sus aromáticas flores 
blancas, los hierbajos rebeldes que nunca han de faltar en un huerto, algunas 
abejas zumbando laboriosas… En fin, todo normal, me volví y ya iba a meterme 
en la furgoneta cuando un rumor así como de fiesta infantil cumpleañera + discoteca 
en imparable subidón + concierto de AC/DC surgió otra vez a mis espaldas. Me 
giré muy rápido. Nada: todo bien, nada sospechoso. Solo un detalle hubo: una 
abeja se me quedó mirando a un palmo de la nariz con un satisfyer en sus patitas. 
Nos miramos fijamente, ella era pura inocencia en la salvaje mirada, yo trataba 
de descubrir algún indicio de culpabilidad en el fondo de sus ojazos, pero la 
abeja mantuvo la cara de póker, mientras los pajaritos piaban con disimulo 
revoloteando por aquí y por allá, y los naranjos miraban hacia otro lado 
mientras sostenían con aparente indolencia miles y miles de flores de azahar, 
y algunas hormigas recorrían la tierra aparentando tener mucho trabajo, y una 
ligera brisa acariciaba así como quien no quiere la cosa a unas nubes que no sabían 
si llover ya o esperarse un poco más. Y yo bajé la mirada y me giré, me subí a 
la furgoneta y sin mirar atrás dejé que el huerto hiciera lo que quisiera. Quién 
era yo para interrumpir aquella maravilla de primavera en libertad, solo me atreví, 
de reojo y durante una décima de segundo, a mirar por el retrovisor. Allí los Juegos 
de Azahar se inauguraban ya por todo lo alto y yo pude sonreír. Sonreí desde 
los labios a los pies, y desde los pies hasta el último pelo de mi cabeza. Y eso, 
poder sonreír así, era tener muchísima suerte. Y aquella noche fui feliz. 

















(la viñeta es versión nueva de una que hice en 2015)