ANCLA Y COMETA
Media vida llevaba Cometa saltando sin rumbo de un sueño a
otro, sin tiempo
para bailar a fondo con ninguno, esclava siempre de los
caprichos del viento.
Hartita estaba, y mareada anhelaba encontrar un amor que
fuera su hogar,
y su mundo. Entre las nubes Cometa barruntaba un placer sereno...
y su mundo. Entre las nubes Cometa barruntaba un placer sereno...
Cuando conoció a Ancla, el horizonte entero se le abrió y
Cometa sintió
que había encontrado ese lugar donde todo vuelve a nacer. Y
además…
Ancla era en sí misma la certeza, y sus principios eran tan sólidos…
Media vida llevaba Ancla sin perder la compostura. No
importaban las
tormentas, ella siempre en calma, experta en rastrear los
cimientos del
Gran Abismo. Hartita estaba de tanta responsabilidad sobre sus
hombros…
y tanta rutina bajo sus pies. Y
aquel día fue ver a Cometa jugando con la
espuma de las olas y sentir de pronto
la brisa en cada poro de su
aplomo. Sí, con ella podría ver las nubes de cerca…
Eran la pareja ideal, así que Ancla enrolló su cadena
robusta alrededor
del delicado cordelito de Cometa y juntas partieron
ilusionadas hacia el paraíso.
¡Uy! Se quejó Cometa, No me aprietes tanto, ¡que
me asfixias! Y Ancla sintió miedo,
y se agarró con más fuerza. Y Cometa así no
podía, pero su instinto la impulsaba hacia
el cielo mientras Ancla suspiraba,
Súbeme, súbeme más arriba… Y miraba excitada las
nubes, y quería mojarse con
ellas… Y enroscada al cuello de Cometa sin querer la
dejaba sin aire. La pareja
ideal se agotó aplastada contra el suelo.
Ahora, mucho tiempo después, Cometa vuela libre sin
cordelito y sin cadena,
buscando todavía en los riscos del ocaso su hogar en el
mundo. Expirará en
la cumbre de la Gran Montaña, feliz y abrazada a Ancla quien,
durante años
y sin cadena ni cordelito, caminó hechizada buscando el baile
eterno de
las nubes. Ancla quiso amarlas a todas, pero ya solo tiene aliento
para
entrelazarse con Cometa y cruzar juntas el horizonte…
Las nubes, celosas de la escena, se acercan todas y
reparten
besos que parecen lágrimas.
Ximo Segarra