MADUREZ, HUMANO TESORO
Comienzo a conocer esa edad en la que según qué escalones, en según
qué huesos, muerden al subir, o al bajar. Esa edad donde las articulaciones
no siempre se articulan como lo hacían antes, y descubro que el simple
hecho de caminar es un bien que, algún día, sencillamente no será.
Esta noche no anochezco en mi casa de siempre, y desde esta ventana
que da a un pequeño parque veo pasar a una mujer bajo los árboles.
Ha subido un bordillo con serena agilidad (ella también está
entrando en esa edad) y sigue adelante.
Y me siento cansado y me sorprendo pensando que, alguna
otra noche, no podré fijarme en un gesto así, porque ya tendré
esa otra edad en la que, sencillamente, no respirará
nadie en lo que ahora soy.
Saber que desapareceré, que algún día no estaré, me da calma,
me da paz. No necesito pensarlo, ni casi sentirlo. Es una certeza
sin ecos, ni huecos, ni escaleras... Sí, algún día no estaré.
Y observo esta noche que avanza sin prisa y sin casi gente ya
en la calle, y pienso que si me siento así, cansado, es porque
he caminado mucho. Y muy a contracorriente, y muchos
pasos amados se alejaron ya de los míos para
esconderse en el río de la corriente...
Y es que comienzo a conocer esa edad
en la que según qué huesos, en según qué
baches, se alegran desvergonzados de ser
como son, por más solos que estén.
Y me sonríen, porque saben que
van a seguir caminando conmigo.
Hasta la última noche.
Ximo Segarra