O como dijo Groucho Marx: “Inteligencia militar son dos términos
contradictorios”.
O como dice Fito Cabrales en una de sus canciones:
“Que le den al
general / La medalla de cartón / Se la tiene que clavar / En mitad del
corazón”.
O como un altísimo mando norteamericano le decía a un altísimo
mando
ruso en la peli de Stanley Kubrick “¿Teléfono rojo? Volamos hacia Moscú”:
“Bien, Dimitri... Ud. sabe que siempre hemos hablado sobre la posibilidad
de
que algo fuese mal con la bomba. La bomba, Dimitri. La bomba de
hidrógeno.
Bueno, lo que ocurrió es que el comandante de una de nuestras
bases tuvo una
especie de...Bueno, se le fue un poco la cabeza. Ya sabe, solo...
un poquito.
E... hizo una tontería. Bueno, le diré lo que hizo: Ordenó que
sus aviones
atacasen su país. Bueno, déjeme acabar, Dimitri. Déjeme
acabar, Dimitri. ¿Y
cómo cree que me siento yo? ¿Puede imaginarse
cómo me siento yo? ¿Por qué cree
que le estoy llamando?
¿Solo para saludarle? ¡Claro que me alegro de hablar
con Ud.! ¡Claro que me alegra saludarle!”
O como escribió Emma Goldman, recordando algún detalle poco
conocido de la Primera Guerra Mundial: “La policía hacía horas extras
acechando
a los que evadían el reclutamiento. Arrestaron a miles,
pero muchos más se
negaron a alistarse. La prensa no informaba
del verdadero estado de los
acontecimientos: no convenía que
se supiera que grandes cantidades de
americanos tenían la
hombría suficiente para desafiar al gobierno”.
O, dejando para otro día la definición
de hombría (y también la
definición de hembría), y para terminar con algo bien
contundente,
como dijo Malala Yousafzai: “Existen pocas armas en el mundo tan
poderosas como una niña con un libro en la mano”.
Que esa sea nuestra mejor arma, un libro
o un poema o una declaración
de amor en la mano, o sencillamente buscarnos y
encontrarnos en paz,
sin importar de qué país somos, de qué sexo venimos o qué
color
inventamos para pintarnos la miel de los labios.