Un señor me dijo una vez que él era muy crítico con el actual sistema
socioeconómico, tan capitalista y tan competitivo, pero que no
le tocaran
los huevos olímpicos, porque eran muy potitos y muy tal y muy cual,
y
que le daban un color especial al verano (o al invierno, digo yo) (también
hay huevos olímpicos en invierno) (y en primavera) (y en otoño) (es así:
la
obsesión por demostrarle al mundo que los huevos propios son más
grandiosos que
los huevos ajenos es cosa que se da en todas las
estaciones y en todas las
semanas y en todos los días y en todas las
horas y en todos los minutos y en
todos los putos segundos)
(los putos segundos van tan rápido porque quieren
siempre ser los putos primeros en todo) (sí sí sí).
Pues eso, os decía antes de zambullirme (en el gran océano
de
los paréntesis) que un señor me dijo una vez algo sobre los
huevos
olímpicos, pero no añadiré ya más nada, porque lo que
yo quería ya desde el
principio es acabar esta magnífica reflexión
(digna sin duda de una medagallina
de oro) (o dos, venga, dos
medagallinas del loro pa’mí) con la mejor manera de
acabarla, es decir: acabándola. Hasta luego 😊